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QUIEN AÑADE CIENCIA…

Las veces que escuchamos esto, y no pensamos que todos estos que hoy sobran son víctimas de un suicidio humano que va creciendo y devorandolo todo.

En los primeros tiempos los ancianos de las aldeas eran el registro de las memorias de años pasados, relatores de aquellas historias de guerras, héroes y fantasmas. Tímidamente los libros y posteriormente el teatro y el cine desplazó a los entretenidos gerontes, y hoy ya ni se les da el reconocimiento de haber vivido un pasado que para nosotros es desconocido.

Los músicos -los buenos- eran muy necesarios, por el solo hecho de que no había forma de grabarlos. Si no se tenía el talento de tocar un instrumento o cantar, la vida no tenía música. La tecnología, aliada traidora, empezó como un beneficio que abría nuevas puertas, nuevos sonidos y mayor difusión… para convertirse en el arma de la piratería, el reemplazo del músico, y hasta de la voz humana. 

Hoy es la diosa industria que puede hacer de cualquier idiota una estrella y a los músicos reales se les manda engrosar las filas de los descartados.

Hoy se ensaya con robótica e inteligencia artificial, ya no con la idea de ayudar al hombre, sino de reemplazarlo por completo. 

Y son hombres trabajando para descartar a otros hombres. Llegamos pronto a la frontera en la que la tecnología se desarrollará y creará a sí misma, con tanta incertidumbre como riesgos puede haber detrás de esa línea.

Quien añade ciencia añade dolor. Y no hay dolor peor que el del suicidio en masa. Pero no hablamos de un suicidio literal -aun-, sino de el suicidio funcional y finalista del hombre. El ser humano se queda sin espacio en la sociedad. El anciano, el artista, el obrero, el artesano… ya han sido reemplazados. El “progreso” pone su manto sombrío aún sobre ingenieros, doctores, juristas, economistas… etc.

¿Para qué sirve un mundo donde el hombre no tiene lugar ni utilidad? Muchos tecnócratas ven la respuesta en adherirse a la cultura de la muerte. Lo que sobra debe eliminarse. Los males que la sociedad vive hoy no son casualidad, y los mismos que nos venden el “desarrollo tecnológico”, nos regalan la peste, el hambre y el desempleo. Perdemos el oro de nuestras vidas a cambio de ideologías sin futuro y espejitos de colores.

Todos, como seres humanos, debemos abrazar la vida y escapar de este suicidio. Debemos recuperar la humanidad, la vida equilibrada, el margen en el cual nuestras creaciones sigan sirviendonos a nosotros y no nosotros a ellas -e indirectamente a sus dueños-.

Esa idea de que la historia es una línea de eventos sucesivos y progresivos debe erradicarse. La vida y su historia es más bien una sustancia, una química de agregados y mezclas, tal y como lo es nuestra creación y desarrollo biológico. Cosas que hoy son reactivas, fuertes, volátiles… mañana pueden no serlo. Cosas que hoy están inertes y presumiblemente muertas y sedimentadas pueden partirse, reflotar, estallar.

Esa desprolija, salvaje y tan bella fuerza que es la vida no puede agotarse en la frialdad del metal, el plástico y el silicio.

Tantos hablan de “despertar”… no lo creo. Es hora más bien de descansar, bajarse de toda esta locura, recuperar aliento, sanar la descompostura, mirar un poco atrás para ver en qué parte del camino nos desviamos tanto, y tratar de volver, aunque sea unas cuadras, para no terminar yéndonos al carajo del todo.

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