¿¿Y cómo podría haber sido distinto? Si desde las ideas Darwinianas, hasta hoy, dentro del abanico de ideologías de la post verdad, el hombre es bombardeado con la premisa de adaptación y evolución con relación al entorno que le rodea.
¡Debemos avanzar! Pero ¿hacia dónde?
Si antaño las relaciones humanas constituian nexos fuertes, hoy son lazos débiles o provisionales. “Modernidad líquida”, era el término empleado por el sociólogo Zygmunt Bauman para describir la fluidez de los ciudadanos contemporáneos que, a falta de valores y principios sólidos, se adaptan a cualquier estructura, moda o tendencia ideológica, así como el líquido se adapta al molde de un recipiente.
La retórica sofista predica; que resulta sano tolerar, comprender y adaptarnos a lo nuevo. Dejar atrás ideas y creencias, “deshacernos de las etiquetas”. Pero curiosamente son las etiquetas las que más abundan, habiéndolas para cualquier gusto o inclinación. Debemos abrirnos paso hacia una “nueva moral”, como proponía el diosecillo presuntuoso de Federico Nietzsche. Sin embargo, como diría el intelectual y reaccionario colombiano, Nicolás Gómez Dávila, respondiendo a estas desviaciones y desatinos; “El tonto, viendo que las costumbres cambian, cree que la moral varía”.
Pero pese a las evidencias que nos demuestran que la “adaptación” no es más que una deformación que nos trajo la “sociedad abierta”, se insiste constantemente en que la flexibilidad “una virtud”. Y que nuestra política, el arte y las instituciones, deben adaptarse a las nuevas ideas si no quieren verse amenazadas por la cultura de la cancelación. Pero ¿a dónde se dirige una sociedad que pretende ir más allá de sus leyes, instituciones e incluso más allá de su propia naturaleza? ¿Hacia dónde nos lleva esta liquidez insustancial del hombre moderno y qué pasará cuando ya no halle un molde o estructura que contenga su flujo?
Pues, así como el agua se convierte en vapor y se dispersa y desvanece en la atmósfera, así, una “sociedad líquida”, sin valores y principios sólidos, se encamina hacia su propia “evaporación”.