Hay quienes dicen que la verdadera intelectualidad murió hace tiempo. Si bien, la inteligencia es la capacidad de resolver problemas, como definición es llano y limitado, pues puede pensarse sólo como una habilidad para resolver problemas mecánicos, materiales o de la vida cotidiana. Sin embargo va más allá; Una verdadera intelectualidad nos propone no solo saber resolver problemas, sino también sacar de relieve los verdaderos problemas, sustrayendo energías de aquellos banales y secundarios. Así como saber responder demandas.
Teniendo en cuenta lo dicho, saber también identificar los problemas en todas las dimensiones que ocupen, sean físicas/materiales, emocionales, mentales y/o espirituales, ya que la no resolución de un problema en alguno de sus aspectos -principalmente el espiritual- tiene como consecuencia la reconstitución del problema en su plenitud.
El sistema de educación actual no habilita a las personas para resolver problemas. De hecho, el problema es más profundo. La filosofía pedagógica moderna, que se inicia con el iluminismo y se va afirmando a lo largo del siglo XIX, XX y hasta nuestros días, deja sistemáticamente fuera del debate a la espiritualidad.
El cientificismo como nueva secta, con sus verdades reveladas, niega la dimensión espiritual, la ridiculiza, quitándole al conocimiento su sentido salvífico, su factor aglutinante, su última respuesta.
Esto se hace muy evidente, por ejemplo, en el estudio de la historia. La historia tiene una faz de dato y otra de alegoría, de sentido para el presente. Podemos saber que Alejandro Magno murió a los 32 años. Eso es un dato. Interpretar ese dato en su sentido simbólico, como una reflexión para la actualidad y para la vida personal de quien lo estudia es darle otro sentido al aprendizaje.
La verdadera intelectualidad es a la actual como la cocina gourmet a una picada de salchichón y queso de segunda. ¿Qué es lo que la escuela enseña? Datos parcelados e inconexos, una abundante cantidad de cuestiones secundarias expuestas con métodos deficientes, saberes desactualizados, una ignorancia completa de lo que sirve hoy, una total indiferencia a lo que el alumno necesita como persona, una subestimación de la capacidad y habilidades de los jóvenes, una total indiferencia a la lógica y a la moral, etc.
Vivir de “picadas” es un camino inequívoco a la malnutrición, descompostura y vómito. Pensemos entonces en su equivalente a nivel intelectual y nos encontramos con un panorama idéntico al actual.
Si estamos de acuerdo con que la raíz de los problemas de la sociedad se encuentran en la calidad educativa, el debate sobre el sistema pedagógico y sus resultados debería ser tan importante como la firma de un endeudamiento a 20 o 30 años, o el inicio de un sistema político que nos regule de por vida, porque la educación de calidad es una deuda social enorme de quienes la gestionan y la aplican para con quienes la reciben, y su mala y deficiente aplicación condenan a las personas de por vida a una ignorancia atroz, a un vacío evitable que se sostiene intencionalmente, para seguir prolongando en el tiempo la peor desigualdad que es la del conocimiento y las capacidades humanas. Para seguir fundamentando el argumento que nos muestra ante el mundo como más estúpidos que el resto.
Educar bien, poner la inteligencia en juego, es algo que nos reclama una atención total y urgente.