La fortuna material no debería ser un motivo de angustia para un cristiano. En tiempos en los que se hace más difícil conseguir el sustento para muchos, también se observa la tristeza de aquellos que no pueden darse los lujos de ayer. Pero aún más preocupante es el engaño que radica en la juventud, que aspira al éxito material como el único éxito importante. Aún más, esa sed de lucro se genera en la necesidad de sentirse salvos y seguros en un mundo que, contradictoriamente, es efímero. Todo lo que se acumule en esta tierra es vano, así sea que uno crea o no en Dios, porque la vida se termina y acumular cosas que nunca se disfrutaran es un afán inútil.
Por eso es que a aquellos que solo acumulan y acumulan más de lo necesario les cabe el sello de inútiles. Ahora, si vivir feliz se trata de eficiencia, a estos que necesitan mucho, más, y más, y más para ser felices, les cabe la total ineficiencia, frente a aquellos que saben ser felices con menos.
Y esto no es un culto a la pobreza, sino el reconocer la Verdad, y es que el fin último de la vida, si bien es difícil definirlo en pocas líneas, y en una definición que a todo el mundo le conforme, si es fácil darse cuenta que no es el material y económico. Vivir es mucho más que acumular riqueza. Y la riqueza es mucho más que algo que solo sirve para ser acumulado y ostentado. Por ello, en el error del pensamiento del hombre, erra el hombre en su actuar y desvirtua la aplicación correcta de los medios.
Hay grandes riquezas y no todas son materiales. Es más, la riqueza más importante ni por asomo es el material. Sin embargo, situándonos en el plano material, tenemos que comprender que no toda fuente y haber de riqueza son legítimos y dignos de admiración. Esta es una distinción que debe siempre ser capaz de realizar quien tiene la vista condicionada por la moral, y no se deja engañar por lo despampanante de algunos lujos.
La riqueza está marcada por su origen. El origen puede ser loable o denostable, y pese a que objetiva y materialmente dos personas puedan tener el mismo estatus económico, la macula contaminante de las riquezas espurias es indeleble y terminan, en una consecuencia ineludible, manchando el nombre y la reputación de quien aún se anima a hacer gala de ellas. Gala infame y absurda que solo puede convencer a desprevenidos.
Pero cabe resaltar que estos personajes abusan del poder material, en general, por dos razones. En primer termino, que es su ambición codiciosa y mezquina las que los compele a tener mucho más, y sin el menor sentido. Es una especie de obesidad perniciosa y mórbida que termina ahogando de responsabilidades y cargas molestas a quien tiene que cargar con todo. Y es a su vez una vida de la que son esclavos. Y nada más triste y estúpido que perder el control sobre las cosas y que las cosas mismas pasen a controlarnos a nosotros. Es así que muchos en el mundo hacen fanfarria de poder y riqueza con una sonrisa de cartón, en tanto que realmente son los peores esclavos de la materia.
Y nada en absoluto se deja de pagar. ¡Y con cuantas indignidades pagan los corruptos! No faltan historias de estos entornos en donde la perversión sexual, el abuso de alcohol y drogas, las infidelidades y homicidios sean parte del infierno cotidiano. Son estos avaros, empeñados en sostener una imagen feliz y exitosa, los que más frecuentemente acumulan montañas de basura bajo sus alfombras.
Porque la única riqueza libre de condena es aquella consecuente con un origen no condenable.
La verdadera riqueza es aquella que cumple con el fin para el cual Dios a permitido su adquisición. Ser rico como bendición, lejos de ser un gozo libre de responsabilidades, es una responsabilidad bendita con la que pocos son privilegiados. Ya no se pone en juego la suerte, el éxito o la fama. Hablamos de algo mucho más noble y nunca conocido e incognoscible para los avaros y corruptos. El rico que es bendito es magnánimo. La magnanimidad es la mayor virtud a la que debe aspirar un hombre.
Que la riqueza sea la traducción material de lo enorme que es su espíritu y su intelecto. Esa debe ser la visión de quien busca tener, y es tener con responsabilidad, para avanzar, para yo no estar más encerrado en la satisfacción de sus pobres necesidades egoístas, sino en la trascendencia de la persona hacia la sociedad, a la que debe contribuir con saber, belleza y gloria.
Pocos, muy pocos, son los magnánimos. Y, a decir verdad, como la virtud aleja al hombre de la avaricia y la codicia desmedida, el que es rico y bendito, ni mucho que quiere ni necesita, sino es para cumplir con el noble propósito de la caridad y la mejora de su pueblo.
Porque la gran riqueza proviene del alma.