No importa si dicen una y otra vez que la Extensión Universitaria es un elemento intrínseco de la identidad de nuestras universidades, o que es un pilar al lado de la docencia y la investigación. El hecho indiscutible es que muchos alumnos —quizá los más sensibles al drama de la mala educación— sienten que la pasantía y la extensión universitaria son como ofrecer al comensal un plato crudo, un producto inacabado, un ejercicio de vanidad universitaria con ropaje de insípido voluntariado.
¿Qué puede hacer un estudiante de psicología con el poco o nulo conocimiento que ha adquirido en sala de aula, sin experiencia en el campo, sin todos los conocimientos necesarios, sin apenas tiempo para cumplir con el proceso pedagógico exigido por los profesores?
La extensión universitaria ha sido propuesta como una herramienta para que la educación superior tenga alguna relación con el medio que la circunda, propiciando el llamado “aprendizaje mutuo”. Sin embargo, huelga decir que la Extensión Universitaria, promovida en la Reforma Universitaria de 1918, en Córdoba, no fue más que la institucionalización de la injerencia sindical en la educación superior. Ya no nos importa sin embargo saber cómo todo esto surgió hace más de 100 años, sino que importa más bien observar hoy cuáles son sus resultados y efectos a corto y largo plazo.
A corto plazo, la extensión universitaria y la pasantía antes de finalizar la cursada gastan un tiempo insustituible que es más bien necesario para la profundización de los estudios. Es muy poco lo que los estudiantes dedican al estudio. Una brevedad tal que sería suficiente para descalificar toda la educación superior de nuestro país. Y la extensión universitaria y la pasantía agregan sobre esa brevedad todavía más dramatismo. El ya breve tiempo es recortado con el objeto de hacer presente a los alumnos donde en realidad se necesita gente cuya formación ya está concluida. ¿Qué puede hacer un estudiante de psicología con el poco o nulo conocimiento que ha adquirido en sala de aula, sin experiencia en el campo, sin todos los conocimientos necesarios, sin apenas tiempo para cumplir con el proceso pedagógico exigido por los profesores? Hace falta repetir lo que todos saben: los jóvenes llegan a la universidad con poquísimas herramientas intelectuales para poder pensar, y enseguida se les coloca a hacer extensión en algún voluntariado de poquísimo valor formativo.
Durante el segundo año de mi curso de licenciatura en Filosofía, mis compañeros y yo hicimos pasantía de enseñanza de filosofía, en la materia llamada “Práctica Profesional”. No hace falta decir que casi todos aprobaron las prácticas muy satisfactoriamente aunque probablemente menos del 20% sabía mínimamente exponer siquiera en qué consistía la misma filosofía.
Todos tenemos la triste experiencia de toparnos con un profesional titulado que apenas domina su profesión. Y no es culpa de la persona, sino de quienes le entregaron ese certificado de garantía engañoso diciendo a todos que él sabía lo que en realidad no sabía.
A largo plazo, los alumnos imaginarán que no se requiere de real competencia para ejercer la profesión. Si podían hacer algo ya durante la carrera, con el rótulo oficial y la sensación de que se forman igual ¿qué les impedirá luego hacer de cuenta de que están haciendo algún bien con su oficio cuando en realidad no están aportando nada significativo?
Todos tenemos la triste experiencia de toparnos con un profesional titulado que apenas domina su profesión. Y no es culpa de la persona, sino de quienes le entregaron ese certificado de garantía engañoso diciendo a todos que él sabía lo que en realidad no sabía.