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Casa antigua en el campo

Más vale bueno conocido

Las sociedades cambian, y eso es una realidad. Cambian porque cambia la gente. Cambian porque el hombre cambia con los años. “Cambia, todo cambia”. Pero hay cosas que no vale la pena cambiar, y otras que entrañan un riesgo inútil el hacerlo.

Usted vive en una casa, digamos, la casa que era de sus padres. Una casa bien hecha, espaciosa, que acumula posesiones y recuerdos valiosos. Usted, en su municipio natal, es conocido, querido y goza de la confianza de sus vecinos y de la seguridad de conocer cada calle. Un día esa casa, antaño de sus padres, pasa a ser su casa por herencia.

Hay cosas que no vale la pena cambiar, y otras que entrañan un riesgo inútil el hacerlo.

Teniendo la titularidad de la casa, aparecen distintas voces. Un vecino le dice “¡Que gusto que se quede! Si a esta casa la limpia y le da una mano de pintura, tiene casa para 50 años más!”. Un forastero le dice “Demuela esta casa desde sus bases. Se puede hacer una nueva. Puedes tener un castillo” y un turista le dice “Venda esta casa y váyase a vivir a otro lado”. Y otro le dice “Ni vale la pena molestarse en hacer nada. Déjala así nomas ya”.

Los días pasan y usted no se decide. Pues, vea que lo que sucede con esa casa es lo que le pasa a la juventud de este país. Son los herederos de una cultura y una identidad, tal vez hasta desconocida por ellos mismos. Mañana mismo serán los dueños del destino de toda una nación. ¿Qué hacer? Pintar la casa equivale a entender que es muy caro e innecesario pagar el costo de demoler y construir una casa nueva de la cual ni sabe cuánto costará, si quedará bien, o si algún día podrá vivir en ella. Mudarse es dejar todo y comenzar de cero en otro lugar. No hacer nada es abandono.

Culturalmente nuestras generaciones pasan por el mismo dilema. ¿Qué hacer con nuestra identidad y nuestros valores? Es muy tentadora la oferta de aquel que nos vende la ilusión de tener una nueva casa después de demoler la que tenemos. De destruir nuestra cultura para poder tener una nueva cultura idílica, de justicia social absoluta y sueños rosas que se hagan realidad. Pero le cuenta la mitad de la historia. Lo ayudará a destruir su casa para luego usurpar el terreno y obligarlo a hacer una casa a costa de su esfuerzo y dinero, pero conforme a los planos del foráneo, y para que vivan cómodamente sus familiares, mientras usted y los suyos viven en un rincón y haciendo de sirvientes de los usurpadores. Eso es lo que venden ciertas ideologías, que escapan al pedido de explicaciones. Basta con ver de dónde vienen y cómo han quedado esas ciudades en las que “triunfaron” para saber qué destino nos espera.

¿Qué hacer con nuestra identidad y nuestros valores? Es muy tentadora la oferta de aquel que nos vende la ilusión de tener una nueva casa después de demoler la que tenemos.

¿Anhela a caso que este país sea la próxima Cuba, Venezuela, Corea del Norte o Congo? ¿Desea un país en el que no importe tener un título universitario, porque ganará lo mismo que un latitero o un barrendero? ¿Quiere un país en el que reine la promiscuidad en las calles? ¿En el que gente de moral relajada y pervertidos sexuales sean las voces a respetar? ¿Un país en el que “familia” sea una mala palabra y “pedofilia” una opción de vida aceptable?

Esos son los que aconsejan “desconstruir la cultura”, un eufemismo para sembrar la destrucción y el caos de una sociedad que impide la proliferación de sus demencias en aras de proteger un orden. Un engaño latente en el que caen los débiles de voluntad, los brutos que no saben hacer nada constructivo y solo se dedican a descargar su resentimiento en contra de aquellos que no se dan por vencidos y siguen trabajando y luchando por mejorar. Basta una simple pregunta para darse cuenta. ¿Quiénes hicieron las universidades?

Luego están aquellos que le dicen que venda todo y se vaya. Muchos lo hacen. Pero es mi deber advertir que siendo inmigrante uno siempre es menos. Hoy en día es difícil conseguir empleo hasta para los nativos de casi todos los países occidentales. Apostar a hacer la “Europa” es una aventura no apta para cualquiera.

La mejor alternativa del que hereda una casa es repararla, pintarla, desmalezarla y vivir en ella, y dejarla lista para otra generación. Así es más fácil crecer. Eso es lo que nos toca.

Por último están quienes le dicen que se resigne. Que no vale la pena hacer nada. Que deje todo como está y no se meta. Los que le dan la espalda a las necesidades del país y se la dan por el abandono y la pereza, actitudes que usualmente son cortinas de la cobardía del que no se anima a luchar y progresar.

No se engañe. Por algo uno estudia y trabaja en este país. La mejor alternativa del que hereda una casa es repararla, pintarla, desmalezarla y vivir en ella, y dejarla lista para otra generación. Así es más fácil crecer. Eso es lo que nos toca.

Adaptar nuestros viejos valores a los nuevos tiempos. Levantar la moral de aquellos que piensan que ya todo esta perdido y no hay nada más que hacer. Sacar a las patadas a aquellos que le hacen tanto daño a nuestro país en la actualidad. Pero por sobre todo no dejarse convencer por mentirosos, que nos venden sueños de castillos fabulosos pero no hacen más que construir barracas para esclavos, campos de concentración y adoctrinamiento, y cárceles para cualquiera que se atreva a pensar libremente y distinto a ellos.

Queda aun mucho por hacer y por eso nos necesitamos. Unidos por un mismo destino. Unidos por una misma patria.

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