Recordemos que en América Española, después del Virrey, el puesto de mayor importancia era el de Adelantado, superior al Gobernador o a la Capitanía.
La situación en Asunción, primera capital del Río de la Plata, estaba complicada. Como es sabido, por la Real Cédula del 12 de Setiembre de 1537, quedó establecida la República del Paraguay, la Primigenia del Sur, por obra del Emperador Carlos V del Sacro Imperio y I de España.
Los habitantes del país usaron y abusaron de las provisiones en dicho documento histórico, lo que causó no pocos problemas para la administración del inmenso territorio. Además, la leyenda del “Paraíso de Mahoma” en el Paraguay generaba comprensibles apremios en las élites hispanas que deseaban garantizar las buenas costumbres cristianas en la región.
A causa de todo lo mencionado, el Rey Carlos I (1500-1558) decidió regularizar varias veces la situación. El Emperador Habsburgo, si seguimos lo que explica la historiadora María Gabriella Dionisi, no solo deseaba zanjar de manera definitiva los inconvenientes que se generaron en la incipiente conquista de la región, sino que también quería que la “Madre de Ciudades del Río de la Plata” sea una ciudad de “hidalgos y caballeros”, con lo mejor de España asentándose en Asunción del Paraguay, para convertirla en el epicentro de la tradición y la cultura española en la región, cosa que se consiguió con grandes esfuerzos.
El primer intento fue con el celebérrimo Capitán y Adelantado Don Alvar Núñez Cabeza de Vaca (1488-1559), hermano de leche de Carlos V según se dice. El mandato del famoso explorador fue resistido y terminó siendo expulsado por los asunceños a pesar de sus nobles disposiciones.
Por segunda ocasión intentaría el Sacro Emperador Habsburgo llevar a cabo su plan, con la voluntad inquebrantable que lo caracterizaba. Nombró a otro hombre de su confianza para el rol de Adelantado, Don Juan de Sanabria.
Sin embargo, este caballero acaudalado fallecería antes de que pudiera lanzarse a la mar. Como había empeñado toda su fortuna en la expedición, su esposa, Doña Mencia Calderón de Sanabria (1514-1593) apeló a Don Carlos I para que su hijo, Diego de Sanabria, herede el cargo de Adelantado que fue otorgado al difunto padre. El Emperador concedió, pero como Diego era todavía un niño (según los estándares de la época, al menos), su madre Doña Mencia Calderón de Sanabria fue designada con el cargo de Co-Adelantada y mientras el mozalbete se hiciera adulto, sería ella la Adelantada en Funciones, lo que llamarían los monárquicos una “Regencia”. María Elvira Roca Barea nos lo detalla con clara admiración:
“Al morir Juan de Sanabria, algunos patrocinadores retiraron el dinero. No se fiaban del nuevo adelantado, Diego de Sanabria (…) porque era muy joven y no tenía ninguna experiencia. Fue entonces cuando ella dio un paso al frente y se planteó una situación inédita que fue aceptada por el Rey. El adelantamiento se partió por la mitad en las personas de Doña Mencia y Don Diego. Ella debía de ser muy impresionante cuando logró detener la fuga de capitales”.
De esta manera, por nombramiento del Rey Carlos I de España y V del Sacro Imperio, ya en 1550 los paraguayos tuvimos una mujer en el puesto de gobierno más elevado de nuestra República, si bien es cierto que no logró hacerse Doña Mencia con el mando efectivo.
Relatemos lo sucedido brevemente.
Al organizarse la expedición, esta sufrió toda clase de contratiempos que no se limitaron a la muerte de Don Juan de Sanabria. Entre otros, faltaba quién conociera el camino hasta Asunción del Paraguay. Quiso el destino, sin embargo, que el Capitán Don Juan de Salazar y Espinoza de los Monteros se hallara en España cuando Doña Mencia tomó las riendas como la “Almirante de Facto” de la flota, otra cosa inusual en la historia moderna.
El 10 de abril de 1550, unas 300 personas, mitad mujeres mitad hombres, salieron del puerto de Sanlúcar de Barrameda en la carabela “Asunción”, el patacho “San Miguel” y la nao “San Juan”. Entre las féminas iban unas 50 doncellas que buscaban esposo en el Paraguay. El caso es que solo dos buques (“Asunción” y “San Miguel”) llegan a su destino, luego de que el patacho haya logrado escapar de unos piratas que lo abordaron. El “San Juan” se perdió en medio de las tempestades atlánticas. Así lo cuenta Eloísa Gómez-Lucena (los paréntesis son míos):
“En diciembre de 1550, el patache y la carabela llegaron a la isla Santa Catalina (Florianópolis, Brasil), pero la nao nunca apareció. Perdieron a los dos barcos cuando se trasladaban a una bahía más resguardada. En 1551 se celebraron varias bodas como la de María de Sanabria (hija de Mencia, quien la acompañó en el viaje) con el Capitán Hernando de Trejo (designado Alguacil Mayor del Paraguay) y para finales de 1552, nació el primer hijo de la pareja (Hernando de Trejo y Sanabria, Obispo y Fundador de la Universidad de Córdoba)”.
Pero la situación era en extremo dificultosa. Los náufragos españoles estaban rodeados de temibles aborígenes como los tupíes, que eran antropófagos como la mayoría de los indígenas americanos de ese tiempo. Solo sobrevivieron gracias a los guaraníes, enemigos de los tupíes, y a la arribada del Almirante Alfonso de Souza, portugués que buscaba colonizar esos territorios con su propia expedición. Este, a pesar de haber salvado a Mencia y los suyos, les mantuvo cautivos por más de un año. “La Adelantada” tuvo que hacer esfuerzos encomiables para que las doncellas de su expedición fueran respetadas en su castidad, más lo consiguió.
Las peripecias aun no terminaban. Diego de Sanabria, el hijastro y Co-Adelantado de Doña Mencia, partió de España luego de su madrastra pero se extravió. A duras penas llegó hasta Santa Margarita, isla frente a Venezuela, a finales de 1552. Solicitó auxilio del Supremo Consejo de Indias pero no hubo respuesta, aparentemente sus pedidos jamás llegaron a Sevilla. Intentó alcanzar el Paraguay cruzando por el Amazonas y allí se pierde para siempre, algunos dicen que se convirtió en “estofado” de alguna tribu caníbal.
Recién en abril de 1555, Doña Mencía y sus expedicionarios son liberados por el Gobernador Souza. Los españoles ya estaban enterados de la muerte de Diego de Sanabria y por consiguiente, el título de “Co-Adelantada” de Mencía quedó automáticamente caduco. Ella, no obstante, no menguó en su inquebrantable espíritu y voluntad. Ya en 1551 la indomable mujer, para anunciar su llegada y pedir refuerzos, envió rumbo a Asunción al Capitán Cristóbal de Saavedra con unos 10 hombres por el “Tape Avirú” de los guaraníes. Lo mismo haría el Teniente Hernando de Salazar con unos 30 hombres tiempo después. Don Domingo Martínez de Irala, Gobernador del Paraguay, respondió mandando a un contingente dirigido por Ñuflo de Chávez para intentar apoyar a los náufragos, pero no lograron encontrarlos. Es que Doña Mencia ya había partido rumbo al sur, fundando lugares como el Puerto de San Francisco, primer enclave español en el Atlántico Sur según la misma Real Academia de la Historia. ¿Y Buenos Aires? Pues nada, no existe en esta historia…
Dos fueron las comitivas españolas que se dirigieron en esa última marcha a Asunción que parecía interminable. La del Capitán Juan de Salazar, quien alcanzó una vez más a la “Madre de Ciudades” en octubre de 1555 con una veintena de compañeros, entre los que se hallaban los comerciantes portugueses conocidos como Hermanos Goes y el navegante genovés Bartolomé Giustiniani, quien portaba el nombramiento de Don Domingo Martínez de Irala como Adelantado y Gobernador del Paraguay en reemplazo de Diego de Sanabria y su madrastra Mencia. La “segunda” llegada de Juan de Salazar se hizo memorable porque desembarcó con “seis vacas y un toro”, considerados los primeros ganados que convertirían al Paraguay en una potencia del ramo.
Recién en mayo de 1556 Doña Mencia Calderón Ocampo de Sanabria arribó en la capital del Río de la Plata, Asunción del Paraguay. Con ella se hallaban unas 50 personas (aunque las fuentes varían en los números), unas 30 mujeres y 20 hombres. En medio del asombro y la admiración por la epopeya que llevó a cabo, todos los habitantes de la región la llamaban de cariño “La Adelantada”. Hasta su sucesor, Don Domingo Martínez de Irala, la reconocía públicamente e incluso le otorgó varios privilegios e incluso la Corona Española premió sus servicios con relativa generosidad.
Aunque no alcanzó a ejercer su mando desde la Ciudad de Asunción, por unos breves años fue Adelantada del Paraguay y el Río de la Plata. Mujer intrépida, audaz e inquebrantable, la fama de Doña Mencia se extendía a toda la región pues incluso llegó a participar de una expedición a Santa Cruz de la Sierra junto a Ñuflo de Chávez. Habría regresado al Paraguay, donde tenía muchas propiedades, poco antes de su fallecimiento en 1593.
En verdad que merece ser conocida por su título: “La Adelantada”.