Es decir, aquello que existe en alma, la mente, el corazón, -o como quieran llamarlo- podía hacerse visible e inteligible, para confirmarnos que somos algo más que un cúmulo de materia andante.
La música, que por mucho tiempo fue reconocida como la mejor forma de expresión artística, hoy agoniza con la misma dolencia con la que sus pares padecen desde hace décadas; la decadencia moral, gracias a la relativización conceptual de absolutamente todo.
El dinero como último fin.. puede que sea una de las causas más importantes. Si hay algo que podemos criticar al capitalismo, a pesar de ser el sistema económico-social más funcional posible, es su amoralidad. El dinero es amoral, la ambición y la avaricia juntas, son las responsables de que las acciones que se toman en torno a él, tengan una connotación negativa. Lastimosamente, nuestro sistema económico no tiene forma de defenderse de los que se aprovechan de su efectividad para generar infinitamente, sin importar que tan malo pueda ser el trasfondo.
Con todo esto, para un mundo donde la belleza es confundida con la sensualidad, el humanismo con ser más animales, y el arte con el entretenimiento, es fácil llamar artista al que fabrica “música” para un rebaño que no se pregunta tanto por las cosas, sino que espera a ese estímulo que cumplirá con las expectativas de sus bajas pasiones; y las bajas pasiones venden, venden muchísimo. A más demanda, más contenido obsceno que vender, y el ciclo se repite, y se expande.
Por eso el arte de la música (y ya todo arte) súplica por no morir, pues antes, sus exponentes manifestaban sus dotes casi desinteresadamente, impulsados por el amor y la belleza, mientras que hoy cualquiera con capital y sin necesidad de algún talento, es impulsado por la necesidad de más capital.
Vivimos en la incoherencia de la corrección política, tan estúpidamente selectiva, que llena la boca a sus títeres con protestas de justicia social, de paz y amor, de no violencia, en donde la mujer supuestamente, es el estandarte de este movimiento que busca que ni una menos sufra las vulgaridades de todos aquellos que la ven como un objeto, y a la vez, son los mismos títeres, “víctimas de las obscenas barbaries, quienes pegan el grito al cielo y rasgan sus vestiduras cuando se ponen en evidencia sus inconsistentes ideales, su hipocresìa, su ignorancia.
Ridículo es tener que aceptar clases de buen comportamiento de quienes gritan a coro “…si tu novio no te mama el c**o” de un Bad Bunny que es el fiel reflejo de nuestra decadencia social.
Hay niños cruzando la pubertad con ganas de ser como sus ídolos, creciendo con ideas erróneas (asquerosas) con respecto al amor y al sexo, y niñas indefensas a merced de la imagen que tendran de ellas por el resto de sus vidas. Callarse sería colaborar en colocar a la desfachatez, la vulgaridad, la mugre y por sobre todo a la ignorancia, como regentes de nuestra idiosincrasia; permitiendo que lo que nos dignifica como seres humanos sea desparramado por el piso.
El que tenga oídos, que oiga al sentido común rogando por ser escuchado, y aquel que escucha que no ceda por caer bien. Ninguna falta de respeto debe de ser justificada con algún falaz comentario relativista, ni por más adornos que tenga, ni por más rítmico que sea, ni porque “no hace daño a nadie”, ni porque hay que “vivir y dejar vivir”. Cuanto más gente naturalice la descomposición del arte, el amor, la belleza, el respeto, los modales, en fin, lo correcto; más razones tenemos para no arrodillarnos.