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El mal entendimiento de la alegría y la felicidad

Mucho tiempo antes, Aristóteles habló ampliamente de la felicidad como finalidad del hombre. No hay sentido de vida si el hombre no es feliz. Contrario a nuestra percepción actual de la felicidad, este filósofo no se refería al estado un ánimo de alborozo júbilo, que generalmente se logra por algún momentáneo placer, sino más bien como el bienestar y la conformidad que alcanza un individuo con su propia vida, tras haber conseguido el hábito de pensar y hacer siempre lo correcto. A su vez, lo correcto se discierne mediante la práctica de las virtudes como la templanza, el coraje, la generosidad, la justicia, la verdad, etc. El hombre que logra comulgar con estos principios, adquiere inevitablemente un alma sosegada y feliz.

La alegría es un estado de tranquilidad y regocijo que se mantiene independientemente de los pesares de la vida, es resultado de la gracia, y concientiza una especie de optimismo espiritual por encima de lo material.

Por otro lado, para los Salesianos, mediante San Juan Bosco y la vida de Santo Domingo Savio, la alegría es un estado de tranquilidad y regocijo que se mantiene independientemente de los pesares de la vida, es resultado de la gracia, y concientiza una especie de optimismo espiritual por encima de lo material. La alegría per se, no va más allá de una emoción momentánea y su razón tiende a quedarse en el olvido (no siempre uno se acuerda de la risa de ayer), esto sucede porque la alegría está fundamentada en experiencias banales que no aspiran a más allá de la euforia. Los salesianos entendieron que esta emoción no debía ser un propósito hueco y egoísta, sino más bien un sentimiento que resulta directamente de la caridad y el amor que se encuentra imitando a Cristo. En palabras de Don Bosco “la alegría nace de la paz del corazón ” y no de la agitación del mismo. De nuevo, sería la satisfacción de obrar bien.

Dicho esto, la abusiva cantidad de estímulos que recibimos gracias a todo tipo de “publicidad” en cada rincón de nuestra rutina diaria, que no necesita ser despampanante ni sutil, vende un concepto de felicidad y alegría que se relaciona directamente con la posesión material de aquello que puede generar placer; y lo convierte en una meta imposible. Imposible ya que nunca es suficiente, una vez que se alcanza aquello que suponía iba a brindar esa satisfacción y plenitud, termina siendo algo sumamente efímero, y es reemplazado lo antes posible por el deseo de alcanzar el siguiente nivelación. La exigencia de no dejar cabida al malestar lleva a empujar y forzar un estado de éxtasis artificial, en donde todo mínimamente se debe ver “feliz”, cuando claramente la realidad es todo lo contrario. Las redes sociales son el ejemplo más grande de cuán presionada en ser “feliz” está la sociedad.

La alegría y la felicidad son meramente sentimientos personales, que en teoría, no deberían de depender de la aceptación de un cúmulo de personas.

Dentro, todo es lo más cercano a lo perfecto. Cada defecto es, en la medida que se puede, aplacado por cuidadosos filtros que seleccionan la imagen que uno quisiera proyectar de sí mismo, en busca de aprobación colectiva, que se convertirá en uno de los 2 pilares más importantes de la felicidad concebida por el ser humano actual, y que también resultan ser el problema más grande a la hora de ser feliz: aprobación y confort.

En cuanto a lo primero, el “yo soy lo que hago con mis actos”, se convirtió en “yo soy lo que piensan de mis actos”. La alegría y la felicidad son meramente sentimientos personales, que en teoría, no deberían de depender de la aceptación de un cúmulo de personas. Sin embargo al ser así, el hombre promedio se ve obligado, sin pensarlo tanto, a acatar los parámetros impuestos por una sociedad humanamente corrupta, arrastrando hasta al más racional al vicio de correr sin descanso hacia un molde superficial inabarcable, en donde cualquiera queda vacío del “yo”, para ser llenado de “todos”. No se salva ni el que quiere ser filántropo, ya que su izquierda siempre sabe lo que hace su derecha.

Mientras que el merchandising de la felicidad promueve el ego, el bienestar físico, y la evasión de las dificultades, la verdadera felicidad es la consecuencia de buenas obras, que proporcionan al espíritu la paz y tranquilidad suficientes para enfrentar las desventuras de la vida.

Por otra parte, el confort vendría a ser el estatus que se alcanza supuestamente, mediante la realización del primer punto. Ya vimos que nunca realmente se alcanza todos los estándares impuestos, lo que se traduce en una frustración enorme de no conseguir lo que aparentemente, el resto consigue. La nula disposición de enfrentar los miedos, dolores y pesares que últimamente no se muestran como algo sumamente normal de la existencia, irónicamente produce todo aquello que se quiere evitar. Cualquiera de la generación “millenial” o “Z” siente una enorme desdicha por no estar lo suficientemente cómodo “como debería estarlo”, percibiendo a los problemas como situaciones que nadie debería de enfrentar, yendo en contra de una realidad tan evidente que parece chiste el tener que explicar su presencia.

Lastimosamente, la confusión que existe con respecto a la felicidad o la alegría es sumamente fuerte, superponiendo el ego que busca aprobación y confort, por encima de las virtudes que llenan el alma de gozo y propósito. Mientras que el merchandising de la felicidad promueve el ego, el bienestar físico, y la evasión de las dificultades, la verdadera felicidad es la consecuencia de buenas obras, que proporcionan al espíritu la paz y tranquilidad suficientes para enfrentar las desventuras de la vida.

Ser feliz no implica estar extasiado y lleno de júbilo todo el tiempo, tampoco la incapacidad de estar triste, es más bien la facultad de estar de acuerdo con uno mismo a raíz de la práctica de una vida alineada con el bien. Aunque nadie lo piense, ni trate de admitirlo, es el arduo trabajo en busca de la aprobación y el confort lo que termina desviando al ser humano de su camino a la felicidad.

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