Escrito por Juan Crisóstomo Centurión, sobreviviente de la Guerra del 70.
Editado por Juana Ma. de Lara
Llegamos al paraje inmortal donde tuvo lugar el desenlace del gran drama de la guerra que por más de un lustro sostuvo la nación paraguaya en defensa de sus derechos. Podemos exclamar: ¡Oh, tumba de Cerro Corá! ¡Cuántas útiles lecciones, cuántas nobles reflexiones ofreces al espíritu que os sepa contemplar!
Cerro Corá, es epopeya gigantesca que lleva en vibrantes ecos a todos los ámbitos del mundo civilizado el nombre glorioso de la nacionalidad paraguaya, imponiendo respeto y admiración la sublimidad del grandioso episodio que en él se consumó.
Cerro Corá es el más firme pedestal en que descansa y descansará la gloria paraguaya en el presente como en el porvenir, y la luz que arrojan las graníticas y desnudas laderas de las montañas de Mbaracayú heridas por los rayos del sol naciente, simboliza el brillo de la aureola que circunda el sepulcro donde yacen los héroes, que, después de cien duros combates, cayeron envueltos en la bandera nacional dando así al mundo el más elevado ejemplo de un patriotismo que, si bien hoy por momentos desfallece, alimentamos la más viva fe y la más firme convicción de que su enseñanza, rompiendo los obstáculos que interponen la decadencia y la corrupción, pasará a ser firme e incontrastable en los corazones de la Juventud patriota que poniendo de lado mistificaciones, falsedades e ideas contrarias al sentimiento nacional rendirá el homenaje de respeto y veneración a que son acreedores los mártires que inmortalizaron sus nombres en tan magna y sangrienta lucha…
¡Oh, juventud paraguaya! vosotros no ignoráis que la idea de la independencia, en un pueblo como en un individuo, es ingénita, y que cuantos mayores sean los sacrificios hechos para conquistarla y sostenerla, tanto más profundo es el amor que ella inspira, y que por oscuro que sea el abismo de relajación a que haya descendido un pueblo o un individuo, jamás deja de llegar a su conciencia un rayo de luz que avive o fortalezca en el ese sentimiento.
Y como no hay caso ni circunstancia en que pueda aminorarse el valor intrínseco de esa idea, el amor y el cariño que ella inspira a los corazones patrióticos es siempre igual, como igual es el apego que tenemos al techo que abrigo nuestra dulce cuna, al aire que respiramos, a la luz que vimos al nacer y a las praderas y a los arroyuelos que han sido testigos mudos de nuestros primeros amores, de nuestros inocentes y más puros placeres y de nuestras más encantadoras fruiciones.
Ante esta verdad, confirmada por la historia de todos los tiempos, ¿habrá ser tan degradado que quiera encadenarse, que quiera sacrificar el tesoro más preciado y la gloria más legítima de su patria en cambio de una humillante anexión?
Solo el que ha perdido toda noción de dignidad, solo un hijo espúreo, que se ha olvidado del regazo materno que le dio calor y vida en su niñez, podrá alimentar semejante pensamiento. . . Y cuando las estatuas levantadas a ídolos de barro, o a caudillos vulgares, o a mediocridades adocenadas, corroídas por el tiempo se desplomen hundiéndose en las profundidades del olvido, la tumba de Cerro Corá, como la de los griegos que cayeron en las Termopilas, vivirá de generación en generación hasta los más remotos siglos y algún feliz numen del Pindo se encargará de cantar en armoniosos y sonoros versos la gloria de aquellos héroes de la abnegación y del sacrificio, del honor y del deber, del ejemplo y de la firmeza, que prefirieron la muerte a ver a su patria despedazada, vilipendiada y humillada por la dominación de sus enemigos tradicionales.
Cerro Corá, finalmente, constituye el triunfo moral que alcanzó el Paraguay sobre sus enemigos. Basta leer la historia de la defensa, basta seguir paso a paso al ejército nacional para convencerse de que este no fue derrotado sino totalmente exterminado. Aquellos, en realidad, no conquistaron sino una tumba.
Por eso Cerro-Corá vivirá eternamente, porque su recuerdo, ligado como está a una de las páginas más brillantes de la historia americana, se ha de conservar al través de los tiempos, sirviendo a las generaciones futuras para inspirarse en los momentos supremos, un libro abierto, donde están consignadas las más sublimes virtudes de sus antepasados.
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