La palabra “merecer” siempre ha tenido una connotación más positiva que negativa. Cuando
una persona se pronuncia con la frase “es lo que nos merecemos” o “me merezco”, tiende a
imaginar que todo lo positivo que cumpla, o no, con las necesidades personales o colectivas,
debe de suceder independientemente de sus méritos; que basta solo con la condición de vivir.
Obviamente esto es un error; de lo contrario, regalaríamos dulces y flores a criminales, en vez
de enviarlos a la cárcel. Lo merecido tiene que ver con la retribución positiva o negativa en
consecuencia de un acto previo.
En fin, hace algunos días se llevaron a cabo las internas entre los principales partidos
políticos con la finalidad de presentar a los candidatos a intendente y concejal para el
próximo periodo de gobierno en todas las ciudades del país. No podría decirse que hubo
sorpresas. Como siempre, la falta de conocimiento de la preparación intelectual de los
candidatos y sus respectivos proyectos, quedaron en segundo plano. Figuras públicas que han
salido de asquerosos programas de farándula, políticos con antecedentes de años de
corrupción, títeres con respaldo financiero, y acéfalos que se emocionan con un billete de
100.000 Gs., fueron nuevamente los protagonistas de una pobre gala cívica. ¡Qué rayos!
¿¡Cuándo llegará el día en el que actuemos de verdad!?
Contrario a las ideas que la izquierda revolucionaria ha sembrado durante un siglo en los
sectores más necesitados del Paraguay, y ha germinado en el imaginario colectivo creando
mediocridad; actuar no es lo mismo que salir a vandalizar la estructura. De hecho, esa es una
de las razones principales por las que nos hemos movido de este a oeste sólo unos
centímetros. Que no se malinterprete, las armas y el coraje han servido para defender nuestra
tierra de invasores y traidores, sin embargo; con estos últimos no basta la fuerza bruta, sino la
pluma como espada. Testigos somos de las cuantiosas veces en las que salimos a las calles
furiosos a reclamar justicia, y creímos vencer hasta caer en cuenta de que nada hemos hecho
más que cambiar a un corrupto por otro. Lastimosamente soñamos con una especie de mesías
de la complacencia, que debe repartir las vid en vez de enseñar a trabajar el viñedo.
Que no se malinterprete, las armas y el coraje han servido para defender nuestra
tierra de invasores y traidores, sin embargo; con estos últimos no basta la fuerza bruta, sino la
pluma como espada.
Despreciamos la educación, y no me refiero a las escuelas o universidades de las que salen
idiotas funcionales; sino a aquella que busca la formación integral del individuo; no sabemos
nuestra historia como nación más allá de lo que nos enseña la tradición, no nos interesa nada
de filosofía, en consecuencia; desconocemos los fundamentos de la política, la ética y la
moral, lo que desemboca en una pobre economía, y que por último nos lleva al salvajismo de
la delincuencia en todas sus dimensiones.
Es tan obvio que la voluntad y raciocinio fueron sacrificados por la espera de que alguien nos
sirva bienestar en bandeja de plata, cual infante maleducado espera el mejor regalo en día de
Reyes. Venimos arrastrando estos males desde que el país asumió la democracia y “tomó las
riendas” de su destino, y contrario a lo que se esperaba, no se ha hecho más que estancarse en
la podredumbre de la corrupción, el aichijaranganismo, el populismo barato (pero efectivo), y
lo ya hablado, la madre de las anteriores desgracias: la ignorancia. Se podría debatir qué tanta
culpa tiene el paraguayo de todos sus infortunios, y hasta buscar justificaciones en la
efeméride de nuestra historia para expiar los pecados de nuestra gente (guerra y genocidio,
dictadura, poca educacion), no obstante; quién pudiendo y debiendo conocer la naturaleza de
su condición, y se mantiene en una situación de no querer saber el por qué de la misma, no
puede catalogarse a si mismo solo como victima, y por ende mucho menos inocente. Está
claro que no podemos decir que es nuestra culpa todos los problemas en los cuales por
defecto hemos aparecido, pero la inacción ante las barbaridades de nuestros representantes
durante décadas, es sin duda el talón de Aquiles en el camino hacia un país mejor.
El diablo sabe más por viejo que por diablo, y ante nuestra indiferencia hacia la formación,
nuestros mismos líderes invierten en nuestras flaquezas para que sigamos creyendo en utopías
populistas, mientras que se atornillan en el mismo lugar de siempre. El día que queramos lo
contrario, pero no sepamos lo que debemos de hacer, serán los mismos quienes se aprenderán
un monólogo distinto, para endulzar los oídos de los susceptibles y ser la voz de los
resentidos. Argentina, Chile y Venezuela son algunos ejemplos.
Con todo esto, ¿realmente merecemos un Paraguay mejor? Pues la verdad es que no. Por
ahora no lo merecemos. Mientras que como sociedad no tratemos de subsanar nuestros
errores y no espantemos la pereza de trabajar por nuestra nación desde los tuétanos, los
payasos que manejan el circo que es nuestra política de hoy, seguirán siendo el más sincero
reflejo de la ciudadanía que, esperando un país de bien; recibe exactamente por aquello que
ha pagado.
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