Escrito por: Roberto Mereles
Antes que nada, una idea se juzga por el contenido expresado y no solo por su autor. Santo Tomás de Aquino, citando a San Severino Boecio, afirma que de entre todos, el argumento de autoridad es el más débil de ellos. Entonces, si lo dijo Santo Tomás, citando a San Severino Boecio; significa que es verdad, ¿no?
Fuera de bromas, y pareciendo un meme de la película “El Joker”, quisiera recalcar la problemática que, a mi percepción, parece cubrir a la generación a la que pertenezco, y forma parte de cultura en la que la generación siguiente despierta consciente, y el pez no puede juzgar el agua en la que nada. Así que: vivimos en una sociedad donde parece ser que lo racional es rechazado o aceptado por el sentimiento antes que, por la razón, esto a su vez, convierte al sentir poblacional como norma por encima del razonar poblacional. No con esto niego la importancia del sentimiento, mas, sí que expreso la necesidad de dar a cada potencia, razón y sentimiento; un uso correcto, conviene que con una cuchara no se intente cortar un filete, así como con un cuchillo no se intente beber un caldo.
Volviendo al tema. Si se dijese, por ejemplo:
1. Dios es inmortal.
2. Jesús murió.
Luego: Jesús no es Dios;
la población se dividiría rápidamente en dos grupos. Uno de ellos, aprobando la estructura del silogismo, movidos por un sentimiento antirreligioso, y el otro, negando la estructura, incluso cayendo en herejías, con tal no aceptar un silogismo comprometedor para su fe; uno atacando al otro y etiquetando de fundamentalista, racionalista, vitalista, y un largo etcétera de términos que terminan (valga la redundancia) en “ista”.
Mientras tanto, la solución es algo sencilla:
En la religiosidad cristiana, la muerte posee dos acepciones. Una: el fin de la vida. Dos: la separación del cuerpo y del alma. Ambos conceptos son muerte, pero las acepciones difieren. Entonces, lo que sucede en el enunciado es sólo una falacia de ambigüedad. Sustituyendo los términos con las debidas acepciones, quedaría algo así:
1. Dios no pierde la vida.
2. Jesús experimentó la separación del alma con respecto al cuerpo (y el alma es inmortal, aclaro esto).
Luego: No se sigue de esas premisas una conclusión.
Si se da una solución racional para una premisa racional, tanto el grupo que se creía intelectual por ser antirreligioso caería en cuenta de que lo religioso no deja por ello, de ser racional; como así también, el grupo religioso vería que, como ya afirmó tantas veces el Papa Emérito Benedicto XVI; fe y razón no son incompatibles. Esto se da porque ambos, fe y razón, comparten algo que en la actualidad parece haberse olvidado: principios.
Que dos más dos es igual a cuatro es un principio, una verdad tan universal que si el mismo universo no existiera; dos más dos seguiría siendo cuarto (frase robada de cierto filósofo brasileño). Entonces pues, una ideología, en la acepción clásica de la palabra, es la negación de uno o más principios. Una verdad a medias, una mentira completa. Y las más peligrosas son las que toman junto con un principio una contradicción, y a fuerza de la voluntad (excluyendo a la razón), se pretende extraer con ello una conclusión y pasarla por coherente. Ejemplo de esto, el mantra que se populariza en nuestros días: la verdad es relativa (repuesta rápida: si la verdad es relativa, al afirmar de manera absoluta, afirma con ello que es absoluto que la verdad es relativa, por ende, la verdad es absoluta según esta afirmación, o sea, es falsa), o también su otra formulación: la verdad es que no hay una verdad (respuesta rápida: si es verdad que no hay verdad, entonces se está afirmando que hay una verdad, pues es verdad que no hay verdad; entonces, esta afirmación es falsa), o la más trillada a mi parecer: tú tienes tu verdad y yo la mía (respuesta opcional: hay verdades absolutas: 2+2=4, y relativas: creo que Fulano es enojón; y que uno tenga una verdad relativa que se tome como absoluta y esta no corresponda con la verdad absoluta, la afirmación es falsa, independientemente del sentimiento: creo que 2+2=5). Lo irónico de este punto es que muchos pseudo intelectuales tratan de citar erróneamente a Einstein para afirmar que según su teoría todo es relativo, cuando la misma teoría citada afirma que la velocidad de la luz, pilar de objetividad experimental de la física; es absoluta.
Sea como sea, esta carencia de ejercicio racional que ya está de por sí zambullida en el mar del sentimentalismo, genera con ella una peligrosísima red de relativismo moral. Y he aquí uno de los pilares de la actual prostitución de la política.
En la filosofía, la ética es una disciplina de dimensiones teóricas y prácticas cuyo fin está orientado a la realización del individuo, la virtud para el filósofo, la santidad para el apóstol; el primero con un fin más inmediato que el segundo, pero a través de un camino por el que ambos comparten un tiempo de agradable conversación. Las virtudes platónicas se complementan, o más bien, se perfeccionan con la fe cristiana. Y esta ética trae consigo consecuencias sociales. Si un individuo virtuoso tiene una familia, también velará por la virtud de esta. Si su familia es virtuosa, también velará por la virtud de sus vecinos, caso llegue algún enemigo. Esta comunidad de familias medianamente virtuosas tratará, como todo grupo humano; de pactar reglas para la preservación de la virtud en la convivencia; de suerte que, de la ética (disciplina de carácter personal) nazca la política (disciplina de igual finalidad, de carácter social).
Entonces que, si la política está cimentada sobre la razón en sus principios racionales (por qué algo es o no justo) y sobre el sentimiento en sus fuerzas sentimentales (sentir de pertenencia, sentir de preservación del ser amado, aceptación, motivación, convivencia amena, rutina de crecimiento y mantención de valores, etc); se podría decir que es una sociedad que aspira a ser justa, o en el mejor de los casos, funcional y humana.
Contraria a la política sana se halla la ideología, con sus miles de “ismos”. Que descentraliza a la voluntad de su ministerio y a la razón del suyo.
Advertencia: Ahora viene mucho texto.
Cualquiera que estudia sin prejuicios filosofía clásica o a la Iglesia Católica, se dará cuenta que ambos poseen un debido corpus extremadamente simple y racional. Podrá creer o no, podrá estar de acuerdo o no de manera voluntaria, pero no podrá negar que es racional.
Ser católico es virtualmente sencillo: creer en lo que dice la Palabra de Dios bajo la luz de la fe bimilenaria de La Iglesia, realizar actos de caridad y devoción, evitar el pecado mortal y acudir como corresponde a los debidos sacramentos. Lo mismo va para la filosofía clásica: entender el ser (metafísica), comprenderse como ente que es (la persona y la libertad), y actuar de acuerdo a la ética según la cosmovisión.
Ambos corpus educacionales son claros y concisos. De modo tal que, buscar fisuras es buscar la quinta pata al gato. Mas, he aquí que el hombre que se cree dios, sin querer dar a Dios su lugar; es bien capaz de fabricar esa quinta pata al gato.
La revolución protestante, (citada aquí a modo de punto de partida. Pues bien, esto puede ir más atrás hasta la guerra angélica entre Satanás y San Miguel Arcángel), fue un movimiento que surgió a raíz de varios factores, más uno de ellos fue que cierto monje no podía admitir que su defecto humano podría deberse a la falta de ejercicio espiritual, prostituyendo su razón a las inclinaciones de su voluntad; negando los méritos de aquellos que sí lograron las virtudes en tiempos de antaño y futuros. Y es irónico pero triste a la vez, ver cómo un agustiniano, cuándo fue tentado como San Agustín, en vez de inspirarse en las acciones heroicas de sus predecesores, cedió en la lucha, y se sacó de las mangas una justificación solo y exclusivamente por la fe. Este estallido dio luego de una serie de complicaciones sociales, luz verde a varias revoluciones más.
De la revolución protestante, surgió como reacción a tal libertinaje, el positivismo, que trató devolver la razón a la sociedad (que, para ese entonces, había abrazado una suerte de violencia desestructurada con tintes religiosos). Este positivismo, que ya no contaba con las bases humanas iniciales, y por ende, el desconocimiento teórico de las voluntades humanas (que son tan variables y predecibles como el clima), trajo consigo tragedias conceptuales académicas y luego bélicas.
La revolución francesa no fue más que la seguidilla de las ideologías. En esta, además de los actos violentos propios de toda revolución, se prohibió la filosofía medieval, se llamó oscuro a lo que no convenía políticamente, y luminoso a lo que sí servía para el sentir popular. Esta revolución trajo consigo la polarización poblacional, izquierda y derecha; y luego del liberalismo que se alzó con el estandarte de la fraternidad, surgió como reacción a su hipocresía, el marxismo y sus vástagos, que ya se estaban gestando en su tiempo. Del marxismo, otra serie de ideologías que se mezclaron en menor no mayor medida con sus contrapartes, naciendo el fascismo, el nazismo, el progresismo y un montón de varios “ismos”. Todos queriendo corregir el fallo del antecesor, y los antecesores, el fallo de su progenie.
Es igual de irónico ver que, aquél por el que primero llegué a ver tales contemplaciones con respecto a la historia, fue uno de los principales ideólogos marxistas; Antonio Gramcsi, quién en sus Cuadernos de Prisión, relató esta suerte de dialéctica histórica. Proponiendo luego, al igual que varios intelectuales de su tiempo, que es la cultura el punto de cambio necesario a ser conquistado.
Se podría decir, a modo de resumen, usando a la serpiente como alegoría cuando expresa: serán como dioses (pero sin Dios), que, primero ser trató de ser como la Iglesia, pero sin la Iglesia, luego, ser como una religión, pero sin una religión (estado como Dios), luego, ser como la razón, pero sin ejercicio de la razón (sentimentalismo), para decir que habrá que ser tolerantes con la diversidad, pero sin tolerancia a la diferencia de ideas.
Pero no es el fin. Faltan muchas batallas para la vieja religión.
A todo esto, mientras el mundo giraba; la cruz permanecía firme. La Iglesia se mantiene hasta hoy inmutable con relación a las ideologías. ¿Cómo se solucionaría esto para los progresistas, cuyo concepto de progreso cambia con el devenir de los tiempos?: Afirmar que todos tenemos ideologías. De modo tal que la Iglesia ya no sea, en la cosmovisión popular, pilar de la verdad, sino pilar de su verdad en particular.
El joven del nuevo milenio nace en este ambiente.
Por ejemplo: La Iglesia afirma que no se debe de fornicar, pues, por consecuencia lógica puede haber además de la culpa y la pena del pecado, complicaciones sociológicas, como un embarazo no planeado que puede llevar a familias disfuncionales, hijos bastardos, desamparos, etc. Mas, la sociedad le dice que “eso es normal”, y por consiguiente, el joven cree que lo que enseña la Iglesia es, en un juicio menor, “no normal”, o en un juicio mayor, “intolerante o anticuado”.
Cuando el joven es sometido a un ejercicio sano racional, se podría dar cuenta que el comportamiento desordenado “es común, no normal”, si se da cuenta que los sinónimos no son lo mismo sino aproximaciones, también vería que “anticuado” no es lo mismo que malo, y sí estudia más, verá incluso que tanto lo que enseña la ética clásica y la doctrina de la Iglesia no es necesariamente “anticuado” sino “intemporal”. Abriría su mente lo suficiente para entender que en afirmaciones como “lo normal es lo raro”, no hay contracción, pues “normal” no es lo mismo que “común”, y “anormal” no es lo mismo que “raro”.
Del siglo XVIII hasta nuestros días, la intelectualidad que quiere ser Dios, pero sin Dios; trata de normalizar (esta palabra es un comodín enfermizo) comportamientos, ya no solo ilógicos, sino antilógicos, como lo es el aborto o la pedofilia, por ejemplo. Afirmando que, si hubiera conflicto, la postura contraria es intolerante, o de mente cerrada, u otras falacias ad hominem. Y comparto junto a Platón un cierto temor hacia los artistas en este aspecto. Cuando él vio como los poetas generaban confusión en la población, usando mal los sustantivos abstractos; se dio cuenta que, en tiempos de democracia, la creencia infundada dada por el arte, puede ser decisiva en la toma de decisiones.
En el siglo XX la escuela de Frankfurt, la cúspide intelectual del post marxismo, se dotó de varios sujetos que terminaron estudiados en humanidades, dotando así de autoridad a sus portavoces ante la población que había dejado de lado tales disciplinas para dedicar su tiempo a ámbitos más prácticos. De allí que mucha gente, a no tener otra opinión, y teniendo a la Iglesia como una opinóloga religiosa del montón, no tuvo otro par para el intercambio de ideas. Esto cabó hondo en la cultura latinoamericana, principalmente, y hoy en día estamos viendo la consecuencia de la misma en el arte y la política estatal. La hegemonía cultural. La dictadura del relativismo moral.
Mas, mientras el mundo se arrastra en las mareas de las ideologías que cambian según el sentir de la población, la cruz sigue en pie. Y desde un llamamiento, contemporáneo, pero a su vez contraparte a la escuela de Frankfurt, surgió con el filósofo Karol Wojtyła, conocido actualmente como el Papa San Juan Pablo II, una sed por la verdad, en un simposio en 1998, donde se llamó nuevamente a la feligresía a investigar, a estudiar la historia y la filosofía de la columna de la verdad.
Le siguió, posteriormente, su polemista personal y amigo, Papá Emérito Benedicto XVI, quién, en su homilía de la Santa Misa para elección del Papa, denunció públicamente la dictadura del relativismo moral. Invitando, luego, en otra conferencia, a la restitución de los tres pilares de nuestra cultura: la religión judeocristiana, la filosofía griega y el derecho romano.
Ya había autores anteriores, filósofos tomistas, sacerdotes cultos y heroicos, religiosas contemplativas o misioneras, polemistas y escritores ingleses, etc. Pero fue desde ese llamado que varios de los “millenials” han levantado nuevamente resistencia en esta lucha que no solo implica la cultura, sino que con ella, miles de almas que, por amor fraterno, deben de ser evangelizadas nuevamente.
Veo entre mis contemporáneos, y es raro que, aunque el mundo fue y será una porquería, como diría Santos Discépolo, y el devenir histórico expuesto le da cierta razón; hoy se están gestando artistas con contenido además de mera estética; padres de familia que planearon una vida juntos, abiertos a la vida; sacerdotes orantes (constantemente orantes), que incluso de vez en cuando enfrentando cierta ideología hegemónica, arriesgan su futuro y su reputación para salvar almas de jóvenes y de venerables ancianos; veo maestros que ya no responden “porque así debe ser” sino “es así porque…” nutriendo la mente de sus niños ya no solo con técnica, sino con educación real; y vida nueva, niños chiquitos que me llaman “señor” o “tío”, esperando en mis ojos alguna respuesta.
Y mientras escribo esto, que más parece un monólogo que un ensayo en cuanto tal, viene a mi mente la frase de aquel filósofo inglés: “Debemos estudiar, es obligación nuestra. O corremos el riego de creer en las palabras de aquellos que estudian”.
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