Están alegres porque ven

¿Qué estamos haciendo en el Programa de Humanidades Integradas?

Un poco antes de la hora indicada ya están varios trabajando para acondicionar la sala modelo de la Facultad de Filosofía de la Universidad Nacional del Este: tres sillones colocados en semicírculo y una mesita redonda en el centro. Alrededor, unas 65 sillas, que nunca bastan para todos. Siempre hay quien quede en pie, recostado en alguna pared. 

Los profesores se convierten así en flechas indicadoras, en guías en un bosque oscuro, en padres de niños a quienes muestran el camino y recorren con ellos los peligrosos senderos del pensar.

Cuando toca la hora esperada, algún artista hace los suyo: mostrarnos belleza. Nos cantan, tocan un instrumento o declaman alguna poesía. ¡Qué momento de contemplación tan sublime! La belleza escurre a través de los labios o las manos de quienes nos introducen en ese aspecto de la realidad que es más real que los conflictos. Escuchamos, en silencio, silencio repleto de sentido, de luz, de caridad. Algunos cierran los ojos y abren el corazón. Así nos preparamos para comenzar. 

Nadie se permite llegar tarde, salvo algún imprevisto notificado a los profesores. El respeto es importante. Si los profesores se esfuerzan por dar algún bien a sus alumnos, también estos se esforzarán por dar a los profesores lo único que estos esperan de ellos: la atención debida. 

Sólo quien toca la realidad, quien observa el todo y comienza a comprender la relación entre las cosas que existen, la verdad del ser; quien ve con asombro lo que se mueve a su alrededor, puede salir de cada sesión con la alegría con la que salen los alumnos. 

Y comienza la faena sobre la realidad. Los profesores discuten acaloradamente sobre el asunto del día. Miran la cosa desde todos los ángulos posibles. Discuten, se ponen de acuerdo, se ponen en desacuerdo, elevan la voz, se interrumpen, divagan y vuelven al carril… los ojos de los más interesados siguen atentamente el vaivén de las manos de quienes les muestran un camino de tantos, pero camino seguro recorrido por otros mayores. Los profesores se convierten así en flechas indicadoras, en guías en un bosque oscuro, en padres de niños a quienes muestran el camino y recorren con ellos los peligrosos senderos del pensar. Peligrosos, no porque los senderos sean irregulares, sino porque a la orilla del largo camino se han instalado innumerables salteadores y embusteros que buscan secuestrar los corazones. Pero ni los profesores del Programa de Humanidades, ni los atentos alumnos se apocan ante tamaña dificultad, sino que, tomados de la mano con toda firmeza, siguen aunque a veces la vista se oscurezca por la neblina. Podemos llegar –piensan todos–, porque otros mayores han llegado antes que nosotros. 

Sólo quien toca la realidad, quien observa el todo y comienza a comprender la relación entre las cosas que existen, la verdad del ser; quien ve con asombro lo que se mueve a su alrededor, puede salir de cada sesión con la alegría con la que salen los alumnos. 

No tenemos recetas secretas. Apenas les decimos que la verdad existe y que es posible conocerla. Y eso, enciende sus corazones. 

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