Habiendo hecho una crítica personal sobre el sistema social, político y económico actual, continuo con lo que para mí resulta lógico, que es el ofrecer una solución, y no solo quedarme en la queja.
Sabemos que la economía no es una entelequia, una ficción, sino fruto del esfuerzo y la personalidad de las personas e instituciones que participan en ellas. Las relaciones económicas plantean a su vez relaciones de poder, a las que observamos muchas veces más con los ojos de la costumbre y el parecer, que con la visión de alguien que entiende la auténtica naturaleza de las cosas. En un contrato de alquiler el locatario se ubica en subordinación al locador. En un contrato de compraventa el que compra suele bajar un escalón frente al que vende. En un banco el cliente siempre se siente menos que el banco. En el fisco, quien paga el impuesto se siente menos que el que lo cobra (y en un juego de palabras, quien cobra impuestos es el impostor).
Lo curioso es que todo el tiempo vivimos en estas relaciones comerciales en las que el común de la gente se siente subordinada. Lo real es que no hay orden que dé lugar a subordinación. Lo real es que el que está del otro lado es una persona como nosotros. La verdad es que ni el fisco, ni el banco, ni el almacén pueden sostenerse sin respetar los derechos de sus aportantes y clientes. Algo que se suele ignorar, porque en general la costumbre hace al esclavo.
El comienzo de la solución radica en cambiar de educación.
En esta circunstancia hago hincapié en la cuestión del ignorar. Si no tenemos una educación económica, financiera y comercial, si nos la niega el sistema, y el sistema mismo se aprovecha de esa ignorancia, la libertad entonces se convierte en un camino cuyos primeros kilómetros son de información, aprendizaje y educación.
Como vemos, el comienzo de la solución radica en cambiar de educación. Aprender a ser otro tipo de personas con otro tipo de valores.
¿Qué valores son necesarios para solucionar la actual crisis social, económica y política? Bien, en este punto quiero hacer una salvedad previa.
Hay valores prácticos y valores ornamentales. Los primeros consolidan a la persona y los segundos la adornan de estilo. Los primeros son esenciales, los segundos son anhelables, pero no obligatorios -y dicho sea de paso, ante la carencia de valores esenciales, anhelar los ornamentales es distorsionar la cadena de prioridades.
Como valores prácticos y esenciales considero la responsabilidad y disciplina, la valentía y el coraje, la laboriosidad, la independencia y la autovalía, la oficiosidad, la caridad y la honestidad.
Como valores ornamentales observo aquellos que hacen a la excelencia de la persona, pero su ausencia no vuelve al hombre vil y mediocre. Entre ellos está la intelectualidad, el idealismo, la pulcritud en el habla y la apariencia, etc. Cosas que desgraciadamente solo se tienen como una costumbre propia del hogar en el que uno nace, o se entienden con el tiempo, mas no todos las tienen o llegan a entender.
Sin embargo, remarco que el cambio se da primero en recuperar los valores prácticos, y sobre ellos los valores ornamentales encuentran la mejor tierra para florecer.
De acuerdo con lo que se expone, entonces la economía cambia gracias a los valores de la persona. Y nótese que aquí no hay casualidades, en cuanto a que la palabra “valor” tiene un triple significado: el de valentía, el de precio y el de virtud. Pues, esto es así porque una persona en actitud cobarde, que no se anima o no quiere hacer nada, no vale nada y nada debería ganar. Y porque las cosas que valen son aquellas que realizan las personas que valen algo, y las obras y productos son reflejo de sus creadores. Y serán valores aquellas virtudes que hagan de la vida y obra de la persona algo mejor para la sociedad.
Cabe preguntarse, entonces, ¿Este sistema social y económico pondera a los valores y a la gente que vale? ¿Hay dignidad en el estado actual de las cosas?
Claro que no. Por eso vivimos indignados. Todos conocemos a algún idiota e inútil con plata (generalmente les dicen políticos), o a algún contrabandista o traficante de barrio que anda bien acomodado. Allá ellos. Pero lo que más duele es que conocemos a muchísima más gente que vale mucho por lo que es y hace, pero el sistema no permite el verdadero reconocimiento. Profesionales dedicados y capacitados que tienen sus cuentas en rojo. Comerciantes productivos y honestos que deben pagar millones en impuestos y no tienen derecho ni a tener vacaciones.
Creo que un poco de culpa tenemos porque a todos nos ha faltado el valor suficiente como para hacer algo que impida que las cosas sigan así.
Pero al margen de la valentía, hablamos de ser más responsables, de no “lavarnos las manos” solo porque algo no nos toca en lo personal. De hacernos cargo del mal que hacemos y del que somos parte. Hablamos de tener una disciplina en el obrar, de buscar la forma de hacer las cosas siempre mejor, de autosuperarnos y buscar la excelencia. Hablamos de mover eso que no recibe mucho el sol, de trabajar con ganas por lograr aquello que esperamos de la vida, más que quedarnos sentados esperando la Parusia. Hablamos de saber hacer las cosas con nuestras manos, y cuanto antes mejor. Tener vergüenza de nuestra inutilidad o incapacidad para producir algo, o de tener que depender constantemente de alguien más para hacer cosas cotidianas, como si de discapacitados o enfermos se tratase. Hablamos de sentir dolor y angustia por aquel que no solo no tiene los bienes materiales para su sustento, sino que no sabe hacer nada, que no tiene quien lo guíe o lo instruya. De esa manera se entendería mejor la caridad.
Si contamos con personas así, y las podemos organizar de manera eficiente, entonces podemos emprender un cambio real de las circunstancias.
En una tercera parte, un poco más técnica, abordaré una idea sobre cómo organizarnos para cambiar esta situación.
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