El mesianismo científico: ¿Ha enterrado la ciencia a Dios? (I)

“El primer sorbo de la copa de la ciencia te vuelve ateo, pero en el final del vaso,
Dios te está esperando.”
Werner Heisenberg, Premio Nobel de Física

Por Ing. Edgar Zelaya

Cualquier valoración de la ciencia exige que tengamos una idea precisa sobre ella. Pero ¿quién nos puede decir qué es la ciencia? La dificultad está en que la ciencia se ocupa de estudiar la naturaleza mediante el método experimental.

Cuando nos referimos al término ciencia, en general está encuadrado en torno a las ciencias naturales, sin embargo, no siempre ha sido así, en forma más general, “ciencia se dice de todo conocimiento razonado y estructurado” (Carreira, 2013, p.11) esto hace que en estas categorías se incluyan una enorme cantidad de conocimientos que no necesariamente pasan por el microscopio, pero que han mostrado su validez incuestionable a lo largo de la historia, pero ocupémonos sólo de las ciencias naturales, así a lo largo este ensayo responderemos una cuestión que generó y sigue generando mucha controversia y opiniones encontradas.

¿Ha enterrado la ciencia a Dios?, esta pregunta inequívoca sólo admite una respuesta. La biología estudia los vivientes, la física y la química estudian la composición y funcionamiento de los cuerpos; y, en general, cada una de las ciencias experimentales estudia un tipo de cuerpos, o determinadas características comunes a muchos cuerpos o a todos ellos. Pero la ciencia no es un cuerpo, no es nada material.

El cosmos ha sido una de los misterios que más han quitado el sueño a científicos y filósofos

No se puede aplicar el método experimental para estudiar la ciencia misma. “La ciencia es una actividad humana, cuyo resultado es un conjunto de conocimientos, a los que llegamos mediante la aplicación de determinados métodos” (Lennox, 2009, p. 126). Pero esta sencilla afirmación ya se encuentra fuera de la ciencia experimental, y el asunto es todavía más complicado si nos preguntamos más a fondo por los métodos y conocimientos científicos.

A lo largo de la historia, el hombre siempre ha buscado las explicaciones que satisfagan la insondable sed que posee de conocer la realidad, por ende, el origen de todas las cosas. El cosmos ha sido una de los misterios que más han quitado el sueño a científicos y filósofos, más de una vez los primeros han intentado mimetizarse entre los estudiosos de las causas finales, pues en nuestros tiempos se hace un tremendo esfuerzo por desacreditar la fe frente a las ciencias experimentales tachándola de misticista, supersticiosa y primitiva.

En fin, se puede decir que “erróneamente se ha restringido el término ciencia a todo lo que es relacionado con la materia y las leyes que la rigen, relegando a todo el resto al oscuro universo de las opiniones personales, tratando de extender ilimitadamente las competencias de la ciencia moderna haciéndola juez y parte en la batalla feroz por convertirse en lo que paradójicamente más odia la diosa todopoderosa” (Artigas, 2009, p.176).

Al razonar así, se olvida que la ciencia experimental, por su propia naturaleza, no se puede aplicar a muchos problemas que, sin embargo, son reales y admiten solución por otros caminos. Esto puede extrañar a quien esté habituado a la mentalidad cientificista, pero es fácil de mostrar, comenzando por lo que ocupa el centro de la atención: la ciencia.

Algunos científicos utilizan la ciencia para sostener ideas que, en realidad, caen fuera de la ciencia.

Muchas veces las opiniones nublan la objetividad de los hechos y se yergue sobre el horizonte del conocimiento una serie de nubes de tormenta que dificultan la visión clara sobre la verdad. Vale la pena distinguir correctamente la ciencia del cientificismo, posiblemente muy pocos conceptos se hayan intercambiado tan erróneamente. “El cientificismo, doctrina filosófica que no admite como válidas otras formas de conocimiento que no sean las propias de las ciencias positivas” (Artigas, 2009, p.191), ha hecho en los últimos años un desesperado intento para convertirse en el propietario de las conciencias, comprándolas a veces con mentiras o apriorismos que nada tiene que ver con el riguroso método científico.

                El cientificismo cae en un reduccionismo materialista, por el cual intenta explicar todos los fenómenos de la realidad por medio de las leyes de la materia, que por cierto aun le son bastante inciertas en muchos aspectos, en esto último es bastante “optimista”, promulgando que caminamos hacia una explicación holística de todo por medio las leyes de la materia.

Al querer quedar como único determinante de la verdad, el cientificismo se convierte en una especie de mesianismo científico.

Algunos científicos utilizan la ciencia para sostener ideas que, en realidad, caen fuera de la ciencia. Algunos se hacen famosos precisamente por esas ideas que, por venir de ellos, parece que poseen una garantía científica. Otros presentan ideas científicas mezcladas con otras que nada tienen que ver con la ciencia, de modo que estas últimas parecen venir avaladas por las garantías de la ciencia. Una de las principales metas del cientificismo es acabar con la idea de la divinidad, oponerse rotundamente a postulados de una inteligencia detrás por detrás del universo, negar el logos, esa causalidad final que da el sentido último a la realidad. Aquí el cientificismo se queda corto, pues no puede explicar por interacciones físico químicas ciertas realidades que son ineludibles de existencia. En la sociedad actual existe una clara conciencia de la importancia de la ciencia y, por otra parte, resulta difícil conocer con profundidad los razonamientos científicos auténticos, pues esa tarea requiere una dedicación especializada. “No es infrecuente que los temas que son tratados en las ciencias de modo riguroso y objetivo, vayan acompañados de especulaciones fantasiosas cuando se llega al nivel de la divulgación” (Lennox, 2009, p 67).

Al querer quedar como único determinante de la verdad, el cientificismo se convierte en una especie de mesianismo científico. En palabras del sacerdote y doctor en física de Mariano Artigas, «Es una filosofía y, en cierto modo, una pseudorreligión, pues intenta explicar el sentido de la vida humana y juzgar cualquier otra doctrina. Es, por tanto, una especie de mesianismo que indicaría al hombre cuál es su situación real y cuál ha de ser su actitud básica en el mundo» (Artigas, 2011, p.73).

2 comentarios

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  • Vale la pena el artículo y es una guía para la distinción entre el plano científico y el cientificismo como pseudo-religión.
    Sin embargo hay que darle oídos a la ciencia (y no negarla por completo) para escuchar cuestiones que pueden llegar a ser un lugar común para las otras disciplinas, especialmente la filosofía. Y, en el fondo, puede vislumbrarse una luz al final del túnel para la relación filosofía y ciencias particulares.
    Huxley explica grandiosamente el peligro de las ciencias puras (bien entendidas) frente al cientificismo “Todo descubrimiento de las ciencias puras es potencialmente subversivo; incluso hasta a la ciencia debemos tratar a veces como un enemigo. Sí, hasta a la ciencia”. En un mundo en el cual la ciencia es la única encargada de responder a las cuestiones naturales, se le prohíbe a la misma ciencia ir más allá de sus límites e intentar buscar respuestas filosóficas incluso para sus mismos problemas, v.g. en el campo de la física cuántica.
    Son admirables los trabajos de Wallace o W. Smith en este campo, en donde, no dejando de lado el estudio de las ciencias cuánticas, intentan buscar respuestas (para zanjar cuestiones irresueltas) en la filosofía de la naturaleza gracias a los conceptos fundamentales como “acto” y “potencia”.
    En rigor, es inevitable pensar que incluso para Aristóteles la Física era un medio para conocer las naturaleza desde sus causas, ¿por qué la ciencia (aquí entendida en el sentido moderno del término) no podría ofrecer elementos más específicos para que la filosofía pueda tener más profundidad y relevancia?, o a la inversa, ¿acaso la filosofía no podría brindar luz para iluminar las problemáticas actuales de la física moderna?
    Así se podría llegar a la conclusión de que las ciencias positivas y la filosofía de la naturaleza no son sino distintos aspectos para mirar la misma realidad y que son recíprocos, y por qué no decir, conjugables.

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