Varias son las lecturas que se han hecho respecto de este best-seller de las letras hispanas, pero quizás la que más fuertemente marca presencia en toda la obra es ese conflicto entre las ideas de Prudencia Prim y su ocasional jefe, El hombre del sillón.
Por Andrés Ferreira
Prudencia Prim es una típica mujer de nuestro siglo; de aquellas que creen que trabajar ocho horas en una oficina es mejor que cuidar de sus hijos, de aquellas que se niegan a casarse, porque se cree autosuficientes; de aquellas que se empeñan en obtener títulos y títulos en lugar de virtudes. Pero dotada de una sensibilidad natural para la belleza y el orden.
Prudencia Prim es una típica mujer de nuestro siglo; de aquellas que creen que trabajar ocho horas en una oficina es mejor que cuidar de sus hijos.
El hombre del sillón, por su parte es un amante del pasado, del razonamiento lógico, de las ideas metafísicas y de las discusiones. Experto en lenguas antiguas y profundamente católico.
El hombre del sillón posee una gran biblioteca, pero sumamente desordenada; para ordenarlo coloca en el periódico un anuncio solicitando los servicios de un bibliotecario, pero con la salvedad de que los titulados deberían abstenerse. Prudencia, haciendo caso omiso a esta cláusula, pues sus títulos universitarios eran cuantiosos, se presenta para dicho empleo consiguiéndolo.
Durante su trabajo, y mientras ordenaba los libros, se dan algunas de las conversaciones más impresionantes de las letras españolas del último siglo. Afloran las ideas modernas y transgresoras de Prudencia Prim, respecto sobre todo de la educación que reciben los cuatro sobrinos del Hombre del sillón, quienes no van a la escuela, sino que son formados por su propio tío en la casa. Educación que le ha proporcionado la capacidad de copiar un ícono medieval mirándolo una sola vez, reconocer un motete de Palestrina, con solo escuchar unos pocos acordes, memorizar varios poemas clásicos de la cultura occidental y de tener una noción de la realidad inaudita para la edad que tienen.
Prudencia nota que no solo su jefe ha decidido vivir casi unos siglos atrás, sino todo el pueblo; San Ireneo de Arnois había declarado la guerra a la modernidad y sus demonios.
El centro espiritual era un abadía benedictina que celebra según la forma extraordinaria de la liturgia, donde vivía un abad cuya sabiduría se había vuelto legendaria. Tenían –los lugareños– un periódico donde no solo se publicaban noticias sino sobre todo, posturas sobre uno u otro tema que eran rebatidas por otro habitante en la edición siguiente; poseían una florería, un lugar de venta de dulces, una panadería, una papelería e incluso una “Liga Feminista”, pero que distaba de ser lo que en nuestros tiempos se conoce como feminismo.
La educación clásica está en el ADN del ser humano, por su gran dosis de realidad y belleza. No permitamos que los títulos nos definan, y nos digan quienes somos, seamos como niños que se dejan admirar por la belleza y la verdad.
Nuestra bibliotecaria, con el paso del tiempo, logra entender los principios que rigen la vida de lo irenitas; y pasa por lo que conoceríamos como una conversión. Abandona San Ireneo de Lyon, tras terminar con su trabajo, y va a Nursia, nada más y nada menos que la tierra de San Benito, de quien tanto había escuchado, directa o indirectamente durante su estancia en San Ireneo. Estando allí recibe un nueva invitación para ir a San Ireneo, Natalia Sanmartín no nos contó si volvió o no pero lo que sí nos contó es que la educación clásica está en el ADN del ser humano, por su gran dosis de realidad y belleza. No permitamos que los títulos nos definan, y nos digan quienes somos, seamos como niños que se dejan admirar por la belleza y la verdad.
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