Chile al borde del abismo

Un análisis de lo que ocurrió el 25 de octubre y de sus implicaciones
Escrito por: Carlos A. Casanova, Abogado y Doctor en Filosofía.

El 25 de octubre de 2020 es ya una fecha histórica. Los revolucionarios chilenos, tanto los que están en el gobierno como los que están en la oposición, consiguieron que en un plebiscito triunfara la opción por reemplazar la Constitución y la opción por una convención constituyente no compuesta por los actuales parlamentarios. Muchos, al conocer los resultados, se embriagaron de alegría (y no pocos se embriagaron literalmente, o se entregaron a otras substancias estupefacientes). Este evento nos obliga a preguntarnos, en primer lugar, por su significado. En segundo lugar, por sus implicaciones. 

1.       El significado del plebiscito 

El 39 % de los chilenos que, según los resultados oficiales, votaron por el cambio de Constitución, quieren que todo sea “más parejo para todos”, como me decía uno en el día mismo de la votación. Esta aspiración puede encerrar tres tipos muy diferentes de motivos. El primero y más puro es la corrección de las corruptelas o defectos que existen en toda sociedad, también en Chile, sean éstas reales o imaginadas. Muchos desean que los hospitales mejoren la atención de los pobres; o que aumente la calidad de la educación de los estratos de menores recursos o que se paguen salarios más justos o pensiones más cuantiosas; o la corrección de los abusos o imperfecciones de las AFPs, sobre todo los introducidos durante los gobiernos de la Concertación, y más particularmente por Ricardo Lagos. El segundo es una mezcla de envidia y resentimiento que a menudo lleva a desear la destrucción de la propiedad ajena o a cometer directamente el hurto o la rapiña, como parece que ya empieza a verse en Chile, como se vio en Venezuela en el año 1999 cuando turbas azuzadas por el gobierno invadían inmuebles privados. Yo diría que el deseo de acabar con las AFPs pertenece a este género, pues constituyen ellas el único sistema viable cuando la pirámide poblacional está invertida. El tercero reside directamente en la aspiración a la revolución, la destrucción de la familia, de la propiedad, de la religión, de los cuerpos de seguridad y aun de Chile como nación independiente[1]. Sólo una minoría muy pequeña estuvo animada por este motivo, pero seguramente será esta minoría la que acabe secuestrando todo el “proceso constituyente”, porque éste no es otra cosa que un proceso revolucionario, ni más ni menos.

Partía el corazón ver a personas buenas alegrarse por el triunfo del apruebo, pensando que ahora vivirían en un mundo mejor por la fuerza de unas palabras mágicas consagradas en un nuevo texto que así lo decretaría.

Pero, aun si supusiéramos que los motivos fueron siempre puros, la verdad es que los votantes no tenían la menor idea sobre la conexión de sus aspiraciones con la decisión que fueron llamados a tomar por élites criminales o irresponsables o cobardes. En efecto, ninguna de sus aspiraciones puede ser atendida por una reforma constitucional. Ésta no es el medio adecuado para introducir mejoras en el mundo real que requieran de un cambio en el carácter de los hombres o en la eficiencia de la gestión. Una Constitución en su sentido más interesante es sólo una ley que procura consagrar el Derecho de que no puede disponer nadie en la sociedad, ni siquiera las mayorías. Pero la ley por sí sola no cambia el mundo, sólo pone barreras a criminales y potenciales tiranos para que no atropellen ese Derecho. Hubo, pues, en la propaganda de los medios de comunicación social y de los partidos pro-revolucionarios un engaño deliberado de una parte importante de los chilenos. Partía el corazón ver a personas buenas alegrarse por el triunfo del apruebo, pensando que ahora vivirían en un mundo mejor por la fuerza de unas palabras mágicas consagradas en un nuevo texto que así lo decretaría.

Hubo un tercer motivo digno de mencionarse antes de continuar. Una parte de los que votaron por el apruebo lo hicieron para que Chile vuelva a tener paz. Es un motivo laudable, pero basado en una ingenuidad inmensa. Quienes han sometido a Chile a un ataque violento no cesarán hasta conseguir la revolución. Y la revolución es la violencia convertida en regla. El único modo de detener la violencia es reprimir a los violentos, no concederles los medios para que alcancen la revolución.

Ante esta experiencia histórica, tan parecida a la venezolana de 1999, uno no puede sino reconocer la sagacidad y la filantropía de Jaime Guzmán en Chile y de los Padres Fundadores en los Estados Unidos. En efecto, ambas autoridades reconocieron una verdad política en la que están de acuerdo todos los que entienden la materia y no están movidos por ideologías: el pueblo en su conjunto no es un buen piloto de la nave del Estado, aun cuando ocasionalmente, después de una perturbación revolucionaria que haya efectivamente quebrado la estructura del gobierno, se lo debe persuadir en relación con el curso fundamental que ha de adoptar la sociedad política, como ocurrió después de la Independencia o después de la caída de Allende. Veamos un par de breves pasajes de los Papeles del Federalista:

Las situaciones futuras en las que debemos esperar encontrarnos no presentan ninguna seguridad equivalente contra el peligro que se teme.

El peligro de alterar demasiado la tranquilidad general interesando las pasiones públicas, constituye una objeción seria contra la práctica de someter frecuentemente las cuestiones constitucionales a la decisión de toda la sociedad. [… ]Debe confesarse que tales experimentos son demasiado delicados para repetirlos a menudo sin necesidad. Recordemos que todas las constituciones existentes [en los Estados de la Unión] fueron establecidas en medio de un peligro que reprimía las pasiones más hostiles al orden y la concordia; de una entusiasta confianza del pueblo hacia sus patrióticos líderes que ahogó la acostumbrada diversidad de opiniones respecto a los grandes problemas nacionales, […] y en una sazón en que el espíritu de partido relacionado con las transformaciones por efectuar o con los abusos por corregir, no podía infiltrar su levadura en la operación. Las situaciones futuras en las que debemos esperar encontrarnos no presentan ninguna seguridad equivalente contra el peligro que se teme.

El pueblo no actuó con la razón, sino movido por pasiones que el gobierno tenía el deber de reprimir y regular; esas pasiones eran contrarias a la concordia y al orden en muchos casos.

[Si se acudiera con frecuencia a la masa del pueblo para resolución de las diferencias…] se hallaría inevitablemente relacionada [esa resolución] con el espíritu de los partidos preexistentes o de los que surgieran con motivo de la misma cuestión. También se hallaría enlazada con personas de calidad distinguida y de amplia influencia en la comunidad. Se pronunciaría por los mismos que habían sido promotores u opositores de las medidas sobre las que recaería la resolución. Y sería no la razón, sino las pasiones públicas quienes juzgarían. Y, sin embargo, sólo la razón del público puede reprimir y regular el gobierno. Las pasiones han de ser reprimidas y reguladas por éste[2]

A nadie se le oculta que la experiencia del 25 de octubre en Chile tiene todos los defectos que señalaron los Padres Fundadores de los Estados Unidos. El pueblo no actuó con la razón, sino movido por pasiones que el gobierno tenía el deber de reprimir y regular; esas pasiones eran contrarias a la concordia y al orden en muchos casos. Es por esto que ella no es un motivo de alegría para nadie que entienda lo que está en juego, excepto de una alegría espuria para quienes entienden que no han hecho sino manipular al pueblo para conducirlo como a un rebaño insensato hacia la tiranía cuyo poder esperan controlar.

Desde los orígenes de la epistéme politiké, de la filosofía política, se ha usado una metáfora que ilustra bien la relación de la multitud del pueblo y del buen gobierno con la nave de la ciudad o del Estado: sólo un piloto bien experimentado puede llevar la nave con seguridad entre los escollos de mar poco profundo o por el oleaje de aguas tempestuosas. Si la multitud intenta tomar el timón, el barco naufragará. Platón acuñó esta metáfora, pero la han usado también muchos otros, hasta John Rawls[3]. Cuando vemos nubes que se reúnen para provocar una tormenta y que después susurran al oído de las multitudes que son ellas quienes deben tomar el timón haciendo caso omiso de las indicaciones de un experto piloto como lo fue Jaime Guzmán, podemos estar seguros de que esas nubes revolucionarias quieren hacer naufragar la nave del Estado. Y nadie que ame al pobre pueblo engañado debería permitirlo. Es preciso que los verdaderos patriotas superen la ideología democratista que nos imponen los enemigos del pueblo, si es que quieren salvar a Chile de las garras de China u otros poderes enemigos y de sus satélites. Hemos visto ya en Venezuela que los líderes revolucionarios no tienen otro deseo que llevar a lo que ellos consideran un rebaño al matadero. ¿Podemos permitir esto impasibles?

No se me ocurre una situación más parecida ni más gráfica que nos permita comprender lo que ocurre ante nuestros ojos que la que describe una interesante película del año 1993, Vent d’Est. Antes de describirla, la pondré en contexto.  Solzhenitsyn, durante ese mismo año 93, recibió un doctorado honoris causa en la International Academy of Philosophy del Principado de Liechtenstein. En su discurso dijo que se encontraba orgulloso de recibir un homenaje tan destacado de ese pequeño país que actuó con valor indomable al fin de la Segunda Guerra, cuando los combatientes ucranianos contra el totalitarismo genocida de los comunistas pidieron asilo en Occidente. Ninguno de los Estados más grandes se lo concedió por temor a la Unión Soviética, pero ese país con una pocas decenas de miles de habitantes, como el Rey Pelasgo de Esquilo, juzgó que no podía delante de Dios negarles su protección. La película relata y representa dramáticamente este interesante episodio.

Una vez que llega a Liechtenstein este regimiento del Ejército Vlasov, con civiles asociados a los soldados, su General gestiona que sean recibidos por los Estados Unidos. Pero los soviéticos envían una delegación dirigida por una mujer que intenta persuadirlos de que si vuelven a la URSS y colaboran en la reconstrucción, gozarán de una nueva vida. Doscientos de los refugiados se dejan persuadir, quizá por el anhelo de volver a la Patria y de gozar de una vida mejor, a pesar de los consejos del General. Se van en tren, y cuando pasan por Hungría, se les hace bajar del tren en medio de una zona deshabitada y se los acribilla con ametralladoras.

Eran libres los refugiados de ir o no. Pero, en realidad, su consentimiento estuvo viciado por el dolo de las autoridades soviéticas. No cometieron suicidio, sino que fueron asesinados. Lo mismo puede decirse del pueblo chileno. Ayer se puso la soga al cuello, pero es porque les han contado que con esa soga pueden ascender en la escala social.

2.       Implicaciones del plebiscito 

Mi experiencia como jefe de la zona de Buin de los apoderados por el Rechazo me ha llevado a pensar en la necesidad de mejorar los mecanismos para evitar el fraude electoral. (No digo que se haya dado efectivamente el 25 de octubre, sólo digo que es preciso atender a este aspecto del problema). Hubo casos de personas que vinieron a votar y que no pudieron hacerlo porque ya había votado alguien en su lugar. En uno de esos casos, la firma era semejante a la de la cédula, lo cual significa que probablemente el primer votante tenía conexión con el segundo. Uno no entiende por qué no se usan las máquinas capta-huellas para evitar la duplicación de los votos y el uso de cédulas de personas difuntas, por cierto. Un mecanismo muy sencillo podría lograrlo, pues las capta-huellas pueden identificar si dos cédulas tienen la misma huella y pueden estar conectadas de modo que una persona con una huella pueda entrar sólo una vez en el recinto de votación. Si resultara muy caro instalar tantas máquinas como mesas, se podrían instalar por centro de votación y establecer normas que aseguraran que nadie pueda votar dos veces en distintas mesas.

Es también muy importante hacer una auditoría seria al padrón electoral, y sería de desear que participara en ella o la controlara algún representante del Partido Republicano, que fue el único que oficialmente optó por el rechazo. En verdad a mí me resulta extraño que un país con 17 millones de habitantes cuente con más de 14 millones de votantes en su registro electoral. Y no hay ninguna razón para excluir a priori que el Servel pueda estar infiltrado por revolucionarios que consideren que es “verdad” cualquier cosa que sirva a la revolución. Vemos que la Fiscalía, los Tribunales, la Contraloría y el Instituto de Derechos Humanos lo están. ¿Por qué no el Servel? De hecho, este servicio es vital, sobre todo en los años en que la revolución no está todavía consolidada: es un “objetivo militar”, como dirían los comunistas. ¿Por qué razón se refrenarían de infiltrarlo? Es preciso hacer una auditoría seria, controlada por republicanos fiables, tanto del padrón electoral como de todos los procesos a cargo del Servel.

Culmino este primer punto relativo a las implicaciones del plebiscito con una cita relacionada con lo que pasó en Bolivia en el año 2008, tomada de un artículo que recoge el análisis de Jorge Kafka, “Venezuela utiliza a Bolivia como puente para el socialismo”, El Universal digital, 20 de agosto de 2008):

Aunque es difícil precisar la intervención del Gobierno venezolano en materia electoral del referendo revocatorio que se llevará a cabo mañana, lo que sí se puede constatar, según [Jorge] Kafka, es que el servicio de carnetización del documento de identidad se está llevando a cabo con unas máquinas otorgadas por Venezuela. El proceso se ha caracterizado por irregularidades que han mostrado duplicación o clonación del documento, dice, lo cual puede tener un impacto significativo en las elecciones […]

A partir del breve examen de los motivos del voto por el apruebo, resulta fácil concluir que el voto del 25 de octubre para nada implica que la mayoría de los chilenos esté comprometida con la revolución. Sólo una minoría pequeña realmente quiere la revolución. Por esto, cualquier medida que el Parlamento o el Ejecutivo pretenda tomar en dirección revolucionaria deberá abstenerse de invocar hipócritamente el “mandato de los votantes”. Muy pocos quieren en Chile que se desmantele a los carabineros. Muchos quieren que se castigue a quienes hayan cometido violaciones de los derechos humanos, pero la verdad es que son muy pocas las verdaderas violaciones, como lo han demostrado los casos que han sido debidamente investigados. Ha habido una sistemática desinformación del pueblo por parte de los medios de comunicación y del Instituto de Derechos Humanos.

Mayor importancia reviste apuntar que  cualquier intento del Ejecutivo o del Parlamento de llevar a cabo acciones revolucionarias, tales como desmantelar los cuerpos de seguridad o ponerlos a disposición de civiles revolucionarios o dar pasos que nos aproximen a la abolición de la familia, serán actos de rebelión y transformarán a quienes ocupan formalmente los cargos de gobierno en rebeldes y enemigos de la Patria. Existe un Derecho que ni siquiera las mayorías pueden alterar. Y ese Derecho incluye la obligación del gobierno de dar seguridad a los ciudadanos. Si el gobierno deja de cumplir esta obligación, como lo ha hecho en la Araucanía, entonces los ciudadanos responsables tendrán el deber de acudir en defensa de su Patria y del orden jurídico, y establecer mecanismos de seguridad al margen de los gobernantes transformados en rebeldes. Los campesinos o transportistas de la Araucanía no tienen por qué permitir que los grupos terroristas que operan en la región los maten como si fueran corderos porque Sebastián Piñera o Víctor Pérez o Mario Desbordes se negaran a brindarles la protección policial y militar a la que tienen derecho. Lo mismo puede decirse de ciudadanos que habiten zonas azotadas por las mafias del narcotráfico.

Una de las primeras acciones de Hugo Chávez en Venezuela, allá por los años 1999 a 2001 fue asesinar sistemáticamente a los miembros de los cuerpos de seguridad que habrían podido poner problemas a sus planes genocidas. Muchos agentes de la policía judicial murieron en “enfrentamientos con el hampa” y muchos oficiales en “accidentes” aéreos. En cambio, Chávez, como muchos movimientos totalitarios antes que él[4], “empoderó” a los criminales comunes y los nombró secretamente “revolucionarios de baja intensidad”. Que el recuerdo de esos eventos sirva de advertencia a los chilenos.

Pero, además, resulta que la Constitución de 1980 continúa vigente. Hay aspectos de la Constitución que son mera declaración del Derecho natural. Por ejemplo, que la familia es el núcleo fundamental de la sociedad; o que los padres tienen el derecho preferente a educar a sus hijos; o que el Estado no puede alcanzar su fin si no respeta la subsidiaridad; o que todo ser humano es persona y, en consecuencia, matar de modo directo a un inocente es un acto criminal. Todo esto son proposiciones pertenecientes al Derecho natural que fueron declaradas por los filósofos clásicos mucho antes de que viviera Jaime Guzmán o, por cierto, de que existiera la ideología liberal o neoliberal. Por tanto, violar estos principios constituiría un acto tiránico y podría justificar que los ciudadanos se levantaran para castigar a la persona o a los grupos tiránicos que se encuentran en rebelión contra el Derecho que, como decía Cicerón, no puede ser alterado ni siquiera por la mayoría[5].

Haré mención especial del derecho de propiedad, porque conspicuos representantes del movimiento revolucionario, como Daniel Jadue, han declarado que en el proceso constituyente habrá que introducir límites a la propiedad, que hasta ahora se ha considerado como un derecho absoluto, para conectarla con el “bien común”[6]. Es evidente que Jadue y todos sus secuaces están hablando de mala fe, porque el régimen de propiedad consagrado en la Constitución chilena no es el de un derecho absoluto, ilimitado y sin conexión con el bien común. Todo lo contrario. De manera explícita, Jaime Guzmán, que conocía y vivía bien la doctrina social de la Iglesia, introdujo un régimen razonable de propiedad en la Constitución de 1980, régimen que todavía está vigente. En efecto, permite la expropiación por razones de utilidad pública y permite que se establezcan cargas y gravámenes a la propiedad. Incluso permite que en situaciones extraordinarias que así lo ameriten, se reconozca como necesaria una expropiación masiva de bienes, sin que el Estado pudiera pagar la indemnización equivalente al precio a todos los afectados. En ese caso, según Guzmán, sería justo proceder a la expropiación, pero de manera que todos los miembros de la comunidad política soportaran el daño de manera proporcional, y no sólo los propietarios[7]. Pero, eso sí, la Constitución estableció garantías para evitar el hurto, el saqueo, la rapiña y también para proteger la propiedad frente al peligro que para ella representa una tiranía totalitaria de corte marxista. Y la razón por la que Guzmán quiso defender la propiedad no reside en su adscripción a la ideología neo-liberal, como han sostenido muchos alegremente, sino porque sin propiedad privada no puede haber subsidiaridad, y sin subsidiaridad no se puede alcanzar el bien común, como mostró Aristóteles en el libro II de la Política, contra las tesis juveniles de su maestro Platón y podríamos decir contra los engaños demagógicos de Daniel Jadue. Entonces, Jadue no desea sujetar la propiedad al bien común, sino atropellar las garantías establecidas en la Constitución vigente, garantías, por cierto, que son de Derecho natural.

También debemos dedicar consideración expresa a un acto de rebeldía que ha sido anunciado por muchos comunistas y revolucionarios. Si la Convención Constituyente se declarara “soberana” y no sujeta a las normas constitucionales conforme a las cuales ha sido constituida, si adoptara la tesis de Fernando Atria sobre la total falta de sujeción del “poder constituyente originario” a regla alguna de Derecho, de moral, de religión o de tradición, en ese mismo momento los ciudadanos patriotas tendrán la obligación de declarar rebeldes a los miembros de la Convención que aprueben semejante exabrupto, y de usar la fuerza para impedirles que lesionen el Derecho y arrojen a Chile al abismo de la revolución. Tal fue el camino, nuevamente, que siguió Chávez en Venezuela en el año 1999 y tal fue el camino que la Corte Suprema de Honduras impidió que se siguiera en este país en el año 2009, cuando Zelaya quiso perpetuarse en el poder.

Esta última consideración se conecta con el punto final que quiero dar a este breve estudio del significado y las consecuencias del plebiscito del 25 de octubre. De nuevo, conspicuos representantes del movimiento revolucionario, y de nuevo Daniel Jadue, sostienen que Chile necesita una “democracia participativa y protagónica”[8]. Uno no comprende cómo no le da vergüenza al señor Jadue usar exactamente las mismas palabras que usó el “comandante” Hugo Chávez Frías. La democracia participativa no es sino una quimera, pues, señor Jadue, la ciudad-Estado ya no existe. Es una quimera y una retórica demagógica. No “populista”, por cierto, porque los comunistas no pueden cuidarse menos del pueblo. A ellos sólo les interesa el poder total con el que puedan borrar toda huella de orden divino que hay en el mundo, como con su propio lenguaje lo declara Marx en las “Tesis sobre Feuerbach”, tesis IV. Si para lograr esta “liberación” del hombre, tienen que destruir a nueve décimas partes de la humanidad, como ya decían los socialistas en tiempos de Dostoievski, “habrá que destruirlas”, dicen ellos. Entre tanto, halagan al pueblo con su demagogia barata, de forma análoga a como lo hacían los tiranos de la antigüedad, que eran santos comparados con los demonios marxistas y nietzscheanos:

[Al comienzo, cuando el tirano accede al poder,] ¿no sonríe indulgentemente y acoge con cariño a todo aquel que le sale al paso en los primeros días de su mando? ¿Y no dice que no es tirano, y hace promesas múltiples, tanto privada como públicamente, liberando de deudas y repartiendo tierras al pueblo y a los que se encuentran a su alrededor?

¿Permitiremos que los perversos y mediocres tiranos que asolan a la pobre Venezuela pongan su planta sobre el suelo chileno? ¡Dios no lo permita!

Pero, una vez que logra el control sobre los cuerpos armados, muestra su verdadera naturaleza. Entonces,

[… si] el pueblo [que ha engendrado al tirano] se irrita y aduce que no es justo que un hijo en la flor de la edad, sea alimentado por su padre, sino al contrario, el padre por el hijo, ¿acaso no deberá pensar que al engendrarlo y elevarlo lo hizo no para seguir otorgándole alimento, en su mayoría de edad, a él, y por añadidura a sus propios esclavos y a cuantos otros constituyen su cortejo, sino para liberarse, bajo el mando de aquel, de los ricos y de los llamados en la ciudad hombres de bien? Por eso le ordenará salir de la ciudad, y también a sus camaradas, con la misma decisión que un padre arroja de casa a su hijo, con sus molestos comensales. Y será entonces, ¡por Zeus!, […] cuando el pueblo se dé cuenta de la clase de hijo que engendró, cuidó amorosamente e hizo crecer, y verá así mismo que aun siendo más débil [el pueblo] trata de expulsar a los más fuertes. […] Llamas al tirano parricida y perverso devorador de ancianos. Al parecer, esto es lo que todos convienen en tildar a la tiranía. Como suele decirse, el pueblo, queriendo huir del humo de la esclavitud entre hombres libres, cae de lleno en el fuego despótico de los esclavos. De ese modo, a una desmedida e inoportuna libertad sucede la más dura y amarga de las esclavitudes.

Esperemos que, a pesar de la intensa y ya varias décadas antigua propaganda anti-patriótica y pro-marxista, Chile encuentre pilotos que amen de verdad al pueblo engañado y a la pobre Patria que corre peligro de extinción. No es juego. Venezuela ha desaparecido del concierto de las naciones independientes y su pueblo está sufriendo un genocidio. Los chilenos hemos visto y seguido esto de cerca. ¿Seremos tan tontos o tan viles que permitiremos que pase lo mismo en Chile, esta Patria invicta en la guerra? ¿Permitiremos que los perversos y mediocres tiranos que asolan a la pobre Venezuela pongan su planta sobre el suelo chileno? ¡Dios no lo permita!


[1] Poco después de Año Nuevo de 2020 tomé fotos a las pintadas revolucionarias de Santiago. Una de ellas leía: “Este año muere Chile”, y luego dibujaba un corazón invertido, todo con tinta roja.

[2] El Federalista, México, Fondo de Cultura Económica, 1998, pp. 216-217 (El Federalista, XLIX). En la página 270 se ve de nuevo de modo explícito el rechazo a la participación en el gobierno del pueblo como entidad colectiva (El Federalista, LXIII). Argumentos semejantes llevan a los autores a recomendar que no sea una multitud la que integre la Cámara de Representantes: pp. 249-250 (El Federalista, LVIII).

[3] Cfr. A Theory of Justice, Belknap of Harvard University Press, Cambridge (Mass.), 1999, p. 205, n. 37.

[4] Cfr., en sentido semejante, Hannah Arendt, Eichmann in Jerusalem, Penguin Books, Nueva York, 1994, p. 214. Es un principio totalitario “dirigir la plenitud del terror del régimen contra los ‘inocentes’” y favorecer a los criminales.

[5] Sobre la república. Biblioteca Clásica Gredos. Madrid, 1984, p. 142. […] ¿quién dirá que hay cosa del pueblo, es decir, república cuando todos están oprimidos por la crueldad de uno solo y no hay la sujeción a un mismo derecho ni la utilidad social del grupo, que es el pueblo? Así ocurría en Siracusa, aquella ciudad famosa, que dice Timeo era la mayor de las griegas, la más bella de todas: ni la fortaleza digna de verse, ni los puertos que penetraban la ciudad con sus muelles urbanos, ni las amplias avenidas, ni los pórticos, templos y muros podían hacer de ella una república, mientras gobernaba Dionisio, pues nada de eso pertenecía al pueblo, sino que el mismo pueblo pertenecía a una sola persona. Así, pues, allí donde hay un tirano, hay que reconocer que no existe una república defectuosa, como decía ayer, sino que como ahora la razón obliga a decir, no existe república alguna. Ibídem, p. 140.

[6] “VIDEO – Jadue: ‘El derecho a propiedad privada no puede estar por sobre el bien común’”, El Dínamo, 13 de septiembre de 2020, disponible aquí: https://www.eldinamo.cl/nacional/2020/09/13/video-daniel-jadue-derecho-propiedad-privada-bien-comun/

[7] Cfr. Jaime Guzmán, “La definición constitucional”, p. 399, en Estudios públicos 42 (1991), pp. 383-417. Originalmente publicado en Realidad, año 2, Nº 3, agosto 1980, pp. 17-39.; y Carlos Frontaura, “Algunas notas sobre el pensamiento de Jaime Guzmán y la subsidiaridad”, pp. 113-116, en Subsidiaridad en Chile. Justicia y libertad. Instituto Res Pública, Santiago, 2016, pp. 83-127.

[8] Cfr. “Alcalde Daniel Jadue: ‘La socialdemocracia neoliberal fue corresponsable de que hayamos llegado a un 18 de octubre’”, El Mostrador, 6 de septiembre de 2020,disponible aquí: https://www.elmostrador.cl/destacado/2020/09/06/alcalde-daniel-jadue-la-socialdemocracia-neoliberal-fue-corresponsable-de-que-hayamos-llegado-a-un-18-de-octubre/. Jadue pone en un solo saco la “democracia representativa” con la “participativa y protagónica”. Ni siquiera entiende bien lo que está diciendo.

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