Categoría: Derecho

El deber de ser humano

La política de los mal llamados “derechos humanos” entraña hoy una base doctrinaria de otra fe, muy alejada de los preceptos cristianos. La expresión DERECHOS HUMANOS en sí misma es una redundancia, y a la vez nos devuelve a las carencias de definiciones solidas propias del derecho. ¿A caso hay otro ser en la tierra que sea capaz de hacer derechos como tales que no sea el ser humano? ¿Qué derecho no es humano por origen y por destino, sea de una manera directa o indirecta?

La nueva religión de los derechos humanos busca hacer de todos los pueblos del mundo una masa homogénea e indistinta.

Por otro lado, la propia doctrina de los “derechos humanos” por un lado hace una defensa por la cultura y la identidad de los pueblos, pero, por otro lado, solapadamente, tiende a la destrucción de las identidades locales, que casualmente se estructuran en el orden legal y moral de cada nación en particular. ¿Dentro de esta falacia, acaso no es un derecho humano el que los pueblos autodeterminen sus propias normas y creencias? Y, sin embargo, las políticas abiertamente en contra del nacionalismo y de la fe cristiana sostenidas por los organismos de derechos humanos no hacen más que dejar en evidencia que esto no es otra cosa que un plan para llevarnos a una forma de pensar unimoda y absolutista, en donde toda otra visión, sea o no con fundamentos jurídicos, es censurada y tachada con algún mote denotativo (labor en la cual los zurdos están muy activos y versados).

Estamos viviendo en una gran mentira, convencidos de que la igualdad universal, perseguida al son de “we are de world” y coloreada con un remozado “flower power” propio del sesentismo hippie.

La nueva religión de los derechos humanos busca hacer de todos los pueblos del mundo una masa homogénea e indistinta, llevado a cada persona a vivir en un igualitarismo enfermo, y haciéndola parte del clima perfecto en el cual una tiranía global ya no tenga que plantear distintas estrategias según cada nación, y tenerlas a todas doblegadas bajo la misma mentira y bajo el mismo absurdo, panorama -dicho sea de paso- en el que el Coronavirus y la Pandemia aparecen como ejemplos paradigmáticos de mentiras orquestadas a nivel global, de un terrorismo en la más acertada utilización del término, que apunta a gobernar a todos sobre el miedo y el pánico de un virus inocuo, pero con un marketing desproporcionado.

Estamos viviendo en una gran mentira, convencidos de que la igualdad universal, perseguida al son de “we are de world” y coloreada con un remozado “flower power” propio del sesentismo hippie, será la solución a todos los problemas, cuando en realidad va a ser la consagración y el máximo apogeo del dominio de un orden satánico, que nos vende la igualdad, pero no nos permite preguntarnos, en conclusión, iguales a qué a quiénes debemos terminar siendo todos. Y si esto de andar con bozales, alejados, censurados, explotados, engañados, vacunados con veneno y convencidos de que matar a nuestros hijos es una solución, claro está que esta igualdad tiene como modelo a un hombre y a una mujer idiotas, sumisos y esclavos, sin el dominio de sus propias almas y, como esclavos, sometidos a un puñado de líderes que es nuestro deber desenmascarar hoy sin miedos ni vergüenzas al que dirán, y sin la cobardía de que esa labor nos valga la persecución o la violencia.

Nunca antes en mi vida vi tan amenazada a la libertad y al verdadero sentido humano, desde lo espiritual, como en estos años. Pero siento a la vez que nunca antes me vi tan llamado a unirme a los míos, a moverme y a enfrentar misiones en contra de todo esto que se nos viene encima, y cada vez más cerca. Espero que muchos otros compartan mí mismo sentir y mi misma visión.

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